Entre el mapa y el plano [arquine]


No hay guerra que empiece sin mapas, ni guerra que acabe sin ellos”

Karl Schlögel

por Ernesto Betancourt | @eba61

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Siempre me ha seducido la diferencia y más: la indiferencia con el que se usan el términos mapa en sustitución de plano y viceversa. Es frecuente para quien se dedica a la arquitectura que en el trato cotidiano con clientes o público en general confundan o usen indistintamente los sustantivos planos por mapas —particularmente en el mundo hispano parlante, pues en otras lenguas poseen una diferenciación del uso de ambos términos más amplia. No es raro escuchar, por ejemplo, que los mapas de la casa no estén concluidos o que el mapa de las oficinas no sea comprensible. En otro contexto ese mismo sujeto quizás pida un plano del museo que va a visitar o preguntar por el plano del centro comercial para ubicarse en uno de esos típicos puntos que señalan que uno se encuentra justo ahí.

¿Qué hay detrás de esa confusión aparentemente inocente y banal o de ese manejo semántico más o menos indistinto de términos aparentemente intercambiables? ¿Sería acertado hablar de un “plano del tesoro” en lugar del consabido mapa del tesoro de los piratas? ¿O será adecuado hablar de mapas en lugar de los planos de algún proyecto arquitectónico o urbano determinado? Es innegable que en ambos casos un hispano parlante entenderá el sentido de la frase, pero igualmente cierto es que nos queda un dejo de inexactitud o de desaliño lingüístico al emplear así los términos —será siempre más preciso hablar del mapa del tesoro y de los planos del proyecto.

¿Pero por qué y qué tiene que ver con asuntos urbanos? Una diferencia medular —no sabría si la más importante pero si definitiva para nuestro argumento— es el carácter temporal e instrumental que los términos revisten en uno u otro caso. Es precisamente el origen y el uso de aquello que las palabras denominan lo que aquí nos interesa. Veamos: un plano se hace para determinar justo lo que nombra: un plan, una idea, un proyecto a corto mediano o largo plazo que ocurrirá eventualmente. Su finalidad se agota en una serie de indicaciones gráficas para concretar un plan futuro. Quien realiza un plano y quien lo utiliza está planeando una construcción, una visita, un recorrido o una guerra, con la única condición común entre estos planes tan distintos entre sí, que ninguno de ellos es aun un hecho consumado —ninguno, si existe en tanto plan, ha sido llevado a cabo todavía.

El lenguaje gráfico empleado estará en función de su objetivo: no serán iguales las instrucciones vertidas y expresadas en un plano para la construcción del metro que el plano de sus rutas, sus alcances se agotan con la finalidad que cada uno persigue: el primero,permitir a ingenieros y constructores edificar las infraestructuras que harán posible la utilización del metro por los usuarios del segundo. Es cierto que podría utilizarse un mapa para planear una visita o un viaje y frecuentemente se hace, pero difícilmente alguien podría construir algo basado en un mapa o usar un plano constructivo del metro para orientarse como si se tratara de un mapa. El uso instrumental de una pistola como si fuese un martillo o un martillo como una arma no nos obliga a nombrar al uno por el otro. Entonces continuemos tratando de acotar debidamente las diferencias o, si se quiere: las esencias.

La esencia del mapa está en la memoria: el mapa fue hecho para recordar, para re-caminar algún territorio. Dicho en breves palabras uno apunta al futuro y el otro es siempre pasado, uno prospectivo, el otro retrospectivo, uno ilustra el antes, el otro prevé el después. Un plano eventualmente deviene en mapa, cuando alguien lo levanta y lo registra. Para seguir con los corsarios e ilustrar coloquialmente estas diferencias y particularidades entre planos y mapas, habría que decir que una cosa sería hacer el plano donde enterraremos el tesoro y otra tener el mapa donde realmente fue enterrado. Es cierto que podrían coincidir y el objeto físico podría llegar a ser el mismo, pero su uso y sobre todo su valor en el tiempo es absolutamente distinto. Más aun, si quien posee el plano del tesoro llega a tomarlo como el mapa podría encontrarse con una gran sorpresa si quien ejecutó el plano al final no lo llevóa cabo, como tantos planes frustrados, o que van cambiando según se va construyendo el plan. En cambio el mapa siempre será un hecho consumado por más que su validez pueda cambiar con el tiempo u otras circunstancias. El planeador imagina, el cartógrafo recuerda.

La magistral obra de Karl Schögel dedica muchas páginas a desmenuzar la naturaleza de los mapas, sus ensayos nos muestran cómo la lectura de estos textos gráficos es invaluable para el conocimiento histórico del lugar y las sociedades que los ocupan, de cómo los ocuparon y para qué. La sutil pero, a mi juicio, definitiva diferencia que aquí marcamos no es menor para temas sobre la gestión imaginativa de las ciudades y sus tácticas. Si, como creemos, la posibilidad de re-ver o de re-velar la ciudad no sólo tiene implica su planeación sino su re-descubrimiento, entonces habremos de utilizar y realizar mapas y no solo planos, instrumento este último privilegiado de planificadores. El mapa presupone un recorrido, una observación cuidadosa del terreno —instrumental y dirigida, si se quiere, pero detenida, detallada y rigurosa. El cartógrafo es un flâneur entrenado y profesional. Más aun, no podrá haber planos ni planes a los que no preceda un mapa: el mapa es la radiografía de la región, el entorno, el suelo o el ambiente sobre el cual se ha de planear. Mapear es discernir y seleccionar: no todo cabe en un mapa, solo aquello que queramos recordar, recorrer, es decir: revivir. En su ensayo Caminar la ciudad, Michel De Certau relaciona la visión panóptica del planificador que siempre mira desde arriba para “leer la ciudad” y la del ciudadano de a pie, que posee una visión secuencial y parcial a ras de calle y que, según De Certau, es quien “escribe” la ciudad sin poder nunca leerla. Todo flâneur lleva un mapa en la cabeza que va recomponiendo a cada paso, podríamos decir que desde que el cachorro humano comienza a “desplazarse” comienza la actividad del cartógrafo, el recorrido supone un aprendizaje, una memoria y un reconocimiento del territorio, solo así vamos aprendiendo a no tropezar, a no chocar o no caer, así aprendemos sobre la dureza de algunos materiales, sobre su estabilidad, sobre la topografía elemental del destino en el que nos tocó habitar y que, si las cosas marchan bien, podremos en lo futuro estabilizar, modificar y mejorar el entorno. Sólo hasta entonces requeriremos un plan y un plano, de inicio un mapa es más que suficiente.

Los mapas tienen un inevitable carácter finito y restringido, no sólo en contenido sino en extensión. En cambio el plano posee de suyo una tentación a lo ilimitado, la finitud del plano es el tiempo, la del mapa el espacio. El carácter instructivo del plano sólo cesa su instrumentalidad por el tiempo necesario para su ejecución: cualquier arquitecto o urbanista sabe de la dificultad para cortar un plano, un despiece o una calle, no solo por la limitación espacial, como veremos en el caso de los mapas, sino porque la efectividad de un plan y sus planos está en función directa del tiempo de su ejecución. Sin el factor tiempo ningún plan tendría sentido. Dios toma siete días para hacer el universo, ni un día más, pero ni un día menos; había un plan.

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En cambio un mapa está más restringido por la dimensión espacial, las fronteras, los accidentes y los recorridos son su materia prima. Un mapa no pierde en el tiempo su efectividad mientras las relaciones espaciales no cambien, los planos sí, se vuelven inservibles como un producto con fecha de caducidad que dice no usarse después de tal fecha. Es por ello que los planes urbanos que normalmente usan los ayuntamientos y ciudades rápidamente se vuelven obsoletos y pierden toda efectividad. Muchas de las controversias entre ciudadanos, desarrolladores y gobiernos parten de esta incomprensión esencial.

El espacio urbano sólo puede ser vivido y aprehendido en fragmentos, en episodios. Quizás el error más recurrente del urbanista sea el del plan absoluto, el de la vista de dios, como la llama De Certau, que privilegia la mirada única, desde arriba, global y totalizadora. Es curioso que Google tuviera que introducir la “street view” dentro de su buscador de mapas para comprender e informar mejor sobre la dimensión urbana que la sola visión de globo no permite. Resulta tan obvio que en la misma pantalla del ordenador, entre más abarcamos con el “Google Earth” menos vemos: es preciso bajar al nivel de la calle para informarnos mejor.

Le Corbusier, que siempre privilegió esa vista y que amaba los viajes en avión, compuso siempre desde arriba, y Rem Koolhaas persiste en esa limitación, aunque su visión panóptica regional más que formal, sea política y económica. OMA y AMO trabajan menos con datos topográficos o funcionales que con estadísticas y datos incluso más totalizadores que el zooning metropolitano o regional del “urbanisme” a lo CIAM. Quizá no sea tan casual que ambos: Le Corbusier y Koolhaas, los dos de espíritu reformista lleguen a materializar sus proyectos metropolitanos en regiones post-coloniales de Asia, África, India o en dictaduras totalitarias como China, o algunos países del Golfo Pérsico que gustan del gigantismo del plan total y mucho menos en democracias desarrolladas más afectas a proyectos de menor escala.

No es tampoco enteramente casual que planear se use para programar pero también como sinónimo de pasear volando por el aire, mientras que el trabajo del cartógrafo se débordeando, haciendo topografía y andando a ras de tierra. El planeador trabaja frente a un plano a gran escala o una fotografía aérea sobre una mesa o frente a una pantalla. La lección sería tratar de no confundir el uno con el otro: usemos el Google Earth, sí, pero con todo y street view; planeemos, sí, pero sin olvidar que se puede andar también. La gestión sobre el territorio urbano habrá de requerir de planes instrumentales para lograr objetivos temporales. Sería muy peligroso si, haciendo planos para llevar “planes” a cabo, suponemos que son mapas que describen una situación existente y persistente. Los resultados pueden no ser los esperados. En general los gobiernos o los desarrolladores ignoran esta sutil diferencia o la comunican mal. Los malentendidos son muchos.