La última oportunidad para El Progreso


image0011_605x402Por: Juan Palomar

Ya no existe esa oportunidad. Duró hasta que, recientemente, se construyó un estacionamiento automovilístico en donde la célebre plaza de toros solía estar. Fue demolida hacia 1979 para dar paso a las obras de la Plaza Tapatía. Treinta años después, sigue la polémica sobre la pertinencia y el resultado de esa gran intervención. Una mirada serena podrá, tal vez, sacar conclusiones equilibradas.

Pero la plaza de toros era una pieza clave en el funcionamiento real y simbólico de Guadalajara. Sorprende que, desde los primeros planteamientos de Ignacio Díaz Morales para la Plaza Tapatía dicho equipamiento no fuera tomado en cuenta como parte de un conjunto que enriquecía significativamente el ámbito urbano de la demarcación. Y esa inercia continuó, hasta el proyecto definitivo que implicó la destrucción de una señalada pieza patrimonial. Porque era un patrimonio físico, a pesar de los desafortunados pegotes que le fueron asobronados para crecerla. Y un patrimonio inmaterial y a la vez actuante, a través de toda la historia taurina que El Progreso representó a través de muchos decenios.

La gente de Guadalajara acudía gustosa a El Progreso, ubicada en una zona ampliamente reconocida, céntrica y caracterizada de la ciudad. La costumbre para muchos habitantes de los municipios del estado consistía en llegar a la capital en camión a la cercana central, comer y hacer compras en el mercado de San Juan de Dios, y luego asistir a los toros para regresar luego a sus lugares de proveniencia. Este movimiento cíclico contribuía al arraigo e identificación de muchos habitantes de Jalisco con Guadalajara.

Era costumbre, después del primer toro, ver cómo el tendido de sol era ocupado alegremente por una bandada de muchachos del Hospicio Cabañas vestidos con sus camisas rojas, gratuitamente invitados por la empresa a presenciar la corrida.

La fotografía que acompaña a esta columna es elocuente. Data aproximadamente de 1930. La plaza de toros luce su estructura intacta, correcta y agraciada. Al fondo, casi nuevo, se ve al Mercado de San Juan de Dios, construido por el arquitecto Pedro Castellanos a mediados de los años veinte. Es irónico que tal mercado, edificado con todas las de la ley en un simpático estilo mozárabe, haya durado menos de treinta años para ser sustituido por el actual y también meritorio mercado de Alejandro Zohn.

El caso es que la plaza, debidamente restaurada, hubiera podido ser reaprovechada dentro de la Plaza Tapatía. No solamente para fines taurinos, sino para todo tipo de espectáculos, con un alto beneficio social. En varios ejercicios realizados en los talleres de Composición Arquitectónica del Iteso quedó establecida la posibilidad de aprovechar el terreno que hasta fechas recientes quedó baldío (y que parcialmente ocupaba la plaza de toros) y darle una “mordida” a uno de los edificios fronteros al Hospicio Cabañas. Ahora queda en mera especulación, ya que el citado estacionamiento (el auto por sobre todas las cosas) se apoderó del espacio.

Consideremos otra vez plaza y mercado: un conjunto que, gracias a la miopía histórica de la ciudad se perdió definitivamente. Un conjunto que le daba a Guadalajara mucho de su genio y su figura. Que ya no nos pase.

jpalomar@informador.com.mx