De la fundamental importancia de las fuentes


Fuente hermana agua por Fernando González Gortazar

Juan Palomar Verea

La primera fuente pública de que se tiene noticia en Guadalajara fue la que estuvo desde el siglo XVIII es el centro de la Plaza de Armas. Un pilón que echaba un chorro y una pila de modestas proporciones. Desde entonces a esta parte se han multiplicado –afortunadamente- las fuentes tapatías. Ya no sirven, generalmente, para que la gente se aprovisione de agua para sus casas. Pero cumplen, sin embargo, una función esencial.

Ya se pueden oír las voces de la demagogia diciendo que son un adorno superfluo, un gasto inútil mientras que a la última barriada de la ciudad le falte algo elemental. Habría que recordar esas palabras inapreciables: no sólo de pan vive el hombre. Porque la amenidad, el decoro y la belleza urbana son fundamentales para cualquier comunidad.

¿Por qué más habrían de ser indispensables las fuentes? Entre otras cosas, porque son una afortunada y útil tradición tapatía, que en mejores tiempos, atinó a ennoblecer los ámbitos públicos con la celebración y el disfrute de ese elemento fundamental para la vida: el agua. Porque una fuente bien dispuesta transfigura y eleva su entorno comunicándole a los habitantes la alegría y la frescura tan indispensables en las urbes contemporáneas. Porque las fuentes son, estrictamente, una herramienta civilizatoria, una señal de cuidado por los demás y de dignidad colectiva.

Una fuente, decía Luis Barragán, debe ser tan bonita prendida como apagada. Pero su función inicial se cubre plenamente cuando funciona correctamente y el líquido lenguaje que es el suyo transmite reposo, serenidad, callado placer en quien la mira.

Por lo anterior, es lastimoso el estado en el que ahora se encuentran las fuentes tapatías. Todo a lo largo de Lafayette-Chapultepec ni una funciona. Y así, piense el lector en las fuentes que vengan a su memoria a ver cuántas trabajan. Porque eso es lo que saben hacer: trabajar por el bienestar de la población. Y el precio que entre todos pagamos en mantenimiento y electricidad siempre será barato a cambio de lo que nos dan.

Mencionaremos, por lo menos, a la última generación de fuentes tapatías: cuatro de Fernando González Gortázar. La de la Hermana Agua, en López Mateos y Las Rosas; la de la Unidad Administrativa Estatal; la del Federalismo, en esta calle y Colón; y la Puerta de Zapopan, en Ávila Camacho y Patria. Todas están secas y en diversos grados de maltrato. Constituyen un muy valioso conjunto de arte urbano que no podemos permitir que se siga deteriorando y desperdiciando.

Una importante fuente de Luis Barragán, la del cruce de Niños Héroes y Arcos, emblema de Jardines del Bosque, sufrió una restauración altamente deficiente que produjo un funcionamiento hidráulico sumamente anémico, con unos chorritos que nada tienen que ver con la concepción del arquitecto (ver croquis originales y fotografías históricas), además de dudosos detalles. Como pasa con todas las fuentes, su restauración debería incluir el entorno inmediato tal como fue proyectado, para guardar su integridad como obra de arte. Así, los cuatro gajos de la glorieta de Arcos y Niños Héroes debieron (deben) de ser reordenados y reforestados de acuerdo a la idea de su creador. Así le podríamos seguir. El caso es que es urgente recuperar el fundamental componente de dignificación urbana y amenidad de las fuentes tapatías.