La antrificación de la ciudad


Por Juan Palomar

Todos estamos de acuerdo en que la gente se divierta…cuando no molesta a los demás. Cafés, bares y restaurantes cumplen una función indispensable en la ciudad, propician el solaz de la población, la convivencia placentera, resuelven también necesidades prácticas. De hecho, el gusto que da transitar por muchas ciudades del mundo está asociado a la animación y el servicio que todos estos establecimientos le prestan a calles y espacios públicos. Cuando están bien dispuestos, humanizan los contextos urbanos y les dan esa característica tan importante: la amenidad.

Pero, como toda actividad que se realiza en la ciudad, y que además afecta a la vía pública y el vecindario, todos esos buenos entornos están muy bien reglamentados. Modos de operación, horarios, ruidos, uso de espacios comunes, accesos, avituallamientos, retiro de desechos, estacionamientos automovilísticos (cuando los hay); todo lo anterior está perfectamente regulado en beneficio del bien común. Y, sólo así, cada uno de estos negocios se convierte en un elemento positivo para la urbe. La vuelven más habitable.

Compare el lector lo anterior con la situación que, en numerosos casos, sucede en Guadalajara. No por nada tantas colonias aburridas de la ciudad buscan que se prohíba terminantemente este tipo de giros. Porque somos tradicionalmente desordenados y las corruptelas casi todo lo arreglan en beneficio de los negociantes y en perjuicio de los vecindarios. De este modo, ya se sabe que un café o un bar van a provocar, casi invariablemente, ruidos molestos, aglomeración de coches, estorbosos y gandallas valet-parkings, desórdenes, etcétera.

Por curioso que localmente parezca, los entornos urbanos más cotizados del mundo tienen cafés, bares y restaurantes integrados en su tejido urbano. Sólo los desarrollos agringados y “exclusivamente residenciales”, dependientes del coche para todo,  prescinden y se pierden de tales comodidades.

Lo que entre nosotros viene a complicar las cosas, en casi todos los casos, son los así llamados “antros”. Lugares que se han constituido en el reino del decibel enloquecido, en sitios de perturbación permanente del vecindario con desordenes, amontonamiento de coches sobre las banquetas y en la calle, plétoras de viene-vienes, basura, etcétera. Para ordenar tales lugares solamente hay que aplicar a rajatabla los reglamentos y aún hacerlos más severos. De otra manera, como pasa en varios rumbos tapatíos, la antrificación seguirá siendo sinónimo de decadencia urbana, abandono e inseguridad de los alrededores, inhabitabilidad. Un ejemplo: si no se ponen en estricto orden todos los lugares nocturnos de la Colonia Americana (antros, “micheladas”, bares, bailaderos, etc.) se podría ver seriamente lastimado el bienvenido renacimiento y repoblamiento de ese contexto. Otro tanto sucede en el barrio que está entre Aranzazú y la Parroquia, en la zona de López Cotilla al poniente de Unión, en el andador Pedro Loza…y etcétera. La autoridad debe actuar, y tiene la palabra.