La muerte de la ciudad


Por: Jean Meyer

Las ciudades del mundo entero han perdido la brújula; mejor dicho, los que la han perdido son sus ediles, que han olvidado cualquier noción de urbanismo. Nuestro siglo ha tirado la toalla y no tiene ningún proyecto urbano. La Nueva España, el México del siglo XIX y del porfiriato, el siglo XX hasta los años 1960 tuvieron una visión a largo plazo y todo lo que subsiste de bueno en nuestras ciudades se lo debemos a nuestros antepasados. Pero ¿qué ciudad dejaremos a nuestros hijos?

La penetración del financiamiento en todos los sectores de la economía es particularmente catastrófica en el sector urbano. El dinero usa la ciudad como objeto de inversión especulativa; por eso triunfan el corto plazo y las tasas de rentabilidad la más altas posibles. Se destruye y construye no para responder a una necesidad económica, social, ambiental, sino para especular. Eso vale para Shangai y Dubai, Sao Paulo y México. Y cuando las autoridades del Distrito Federal confían la dirección de la Secretaría de Desarrollo Urbano al dueño de grandes constructoras no hacen más que confesar con toda franqueza esa realidad: quien manda es el señor dinero y quien pastorea a las ovejas (nosotros) es el lobo.

No hay ninguna perspectiva más allá del botín y del saqueo. El resultado es el crecimiento sin freno, en todas las direcciones, lo que Simón Neumann, titular de Seduvi, llama “el boom inmobiliario”. O sea la destrucción de la Ciudad de México. Y de todas las ciudades, sin que eso sea culpa de don Simón. ¿Quién piensa en las consecuencias del boom, de la “densificación”? La capital se expande sin fin, a un ritmo acelerado, el éxodo rural empuja cada día migrantes pobres hacia las grandes ciudades, lo que acentúa el fenómeno de la pobreza urbana, pronto existirá una megalópolis que unirá en un solo territorio México-Cuernavaca- Querétaro-Puebla y Pachuca…

Como el mismo fenómeno afecta a todas las ciudades, ellas se parecen cada día más y pronto habrán perdido su personalidad: en todas partes los mismos barrios de negocios, los mismos centros comerciales, los mismos grandes hoteles, las mismas tiendas. Y todavía algunos especuladores tienen la audacia de hablarnos de ¡“desarrollo sustentable”! ¿Cómo se atreven? No piensan ni en la cantidad, ni en la calidad de la vida; no les importa el problema del agua, de la circulación, del transporte, de la basura, de la contaminación. La cuestión del agua, de por sí difícil en México, Monterrey, Aguascalientes y todas nuestras ciudades, se va a agravar con el crecimiento urbano incontrolado. Los especialistas saben que en los años que vienen el crecimiento de la población mundial se dará en las ciudades: dentro de 20 años la demanda en agua será superior a la oferta en 40%. Hay que actuar ahora mismo.

Eso supone evitar la urbanización exagerada, la concentración de la población en enormes ciudades que habrán perdido todo lo que hacía a la ciudad. En 2030, a escala mundial, la mayoría de la población vivirá en ciudades que serán “territorios”, no “ciudades” en el sentido histórico de la palabra. En Tokio, Manila o Sao Paulo no tiene sentido hablar de ciudad y pronto será el caso para México y Guadalajara. ¿Por qué? Porque la ciudad se encuentra en todas partes y por lo mismo ya no hay ciudad sino un inmenso territorio cementado en el cual los cálculos se basan en el tiempo y no en la distancia; el problema de la movilidad se vuelve asfixiante: millones de personas pierden tres horas al día, si no es que cuatro, en moverse en la Ciudad de México.

En las condiciones presentes, el desarrollo urbano no está programado, lo que constituye el drama de todos los urbanistas y verdaderos arquitectos. Los reglamentos, empezando por el uso de suelo, son ficciones que alimentan la corrupción y las ganancias. Todos perdemos.

jean.meyer@cide.edu

Profesor e investigador del CIDE