Entrevista a Juhani Pallasmaa “La arquitectura de hoy no es para la gente”


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Qué nos anuncia la cercanía del mar, su olor salado o su horizonte infinito? ¿Qué recordamos de una calleja estrecha, la rugosidad del pavimento bajo nuestros pies, el sonido de las pisadas, el olor de una panadería o su perspectiva torcida? Juhani Pallasmaa (Hämeenlinna, Finlandia, 1936) ha escrito un libro sobre la vista como sentido aislante y empobrecedor. Y sobre la arquitectura inhumana que resulta de sobrevalorar ese sentido y descuidar los otros. La editorial Gustavo Gili publicará Los ojos de la piel en octubre.

PREGUNTA. En ese libro tacha muchos de los iconos arquitectónicos celebrados por la crítica de narcisistas y nihilistas. ¿Eso es lo que piensa de la arquitectura contemporánea?

RESPUESTA. Sí. La arquitectura actual tiende a ser retiniana, se dirige al ojo. Es narcisista porque enfatiza al arquitecto, al individuo. Y es nihilista porque no refuerza las estructuras culturales, las aniquila. Hoy los mismos arquitectos construyen por todo el mundo y los mismos edificios están en todas partes. Así es difícil que la arquitectura pueda reforzar ninguna cultura.

P. Asegura que la visión nos separa del mundo, al contrario de los otros sentidos, que nos unen a él. ¿Cree que el descuido de los otros sentidos explicaría la falta de humanidad que ve en la arquitectura de hoy?

R. No critico la arquitectura contemporánea sin distinguir entre lo bueno y lo malo. Critico la aplicación internacional de ciertos principios comerciales.

P. Pero ha mencionado a arquitectos que construyen por todo el mundo: las estrellas arquitectónicas.

R. Ahí me ha cogido. Soy crítico con la aplicación de criterios únicamente comerciales en la arquitectura y también con la arquitectura que gira en torno a una firma. Es curioso que esas dos arquitecturas representen los dos extremos del espectro. Mucha gente entiende que la arquitectura especulativa no es buena. Pero la de las grandes estrellas con frecuencia convence a políticos, a arquitectos y hasta a algunos ciudadanos. Existe una idea muy vaga sobre la finalidad de la arquitectura. Hoy se emplean los edificios como imágenes que reflejan el egocentrismo de un cliente y de un arquitecto artista. Y ése no es el fin de la arquitectura.

P. ¿Cuál debería ser?

R. La arquitectura debería estar social y culturalmente orientada. Eso se ha perdido.

P. ¿Considera que la arquitectura de iconos no tiene ningún componente social? ¿Los monumentos no singularizan las ciudades?

R. Creo que la idea de un monumento referencial está muy explotada hoy. Tanto que serviría para justificar cualquier hazaña. Me temo que este tipo de arquitectura sirve a unos fines muy egocéntricos y limitados, al contrario de una arquitectura que ancle a los seres humanos en el mundo en lugar de imponer su presencia. La arquitectura de hoy ha descuidado los sentidos, pero no sólo eso explica su inhumanidad. No es para la gente. Tiene otros objetivos, no el uso de los ciudadanos. La arquitectura se ha convertido en un arte visual. Y, por definición, la visión te excluye de lo que estás viendo. Se ve desde fuera, mientras que el oído te envuelve en el mundo acústico. La arquitectura debería envolver en sus tres dimensiones. El tacto nos une a lo tocado. Por eso una arquitectura que enfatiza la vista nos deja fuera de juego.

P. ¿Por qué cree que la arquitectura ha descuidado el resto de los sentidos?

R. En parte es una consecuencia de procesos económicos y tecnológicos. Si lo que buscas es impacto inmediato, la imagen visual es una herramienta tan potente que deja de lado otras posibilidades. Es como un concierto de rock en el mundo de la música: impacta, llega a muchos. En muchos sentidos, la arquitectura de hoy busca hacer lo mismo y eso es un error. La arquitectura es el arte de la lentitud y el silencio.

P. Pero eso no siempre ha sido así. Las catedrales hablan muy alto.

R. Puede ser. Pero además de impresionar te invitaban a entrar. No te echaban.

P. ¿Hay un culpable de que los edificios sean hoy productos visuales?

R. Es una consecuencia de la comercialización del mundo. Todo es negocio. También es el resultado de la velocidad del mundo. Todo tiene que ser rápido y al momento. Además hay demasiado de todo. Sobre todo de información. Si quieres conseguir atención tienes que hablar alto. Eso explica el tipo de arquitectura que tenemos en contraposición a las catedrales, contrastaban con el mundo, pero invitaban a un encuentro íntimo.

P. ¿Hay excepciones a ese panorama? Usted habla de Murcutt, de Zumthor…

R. Y de muchos otros. Steven Hall, por ejemplo. O en España, Juan Navarro Baldeweg, Antonio Fernández Alba o Rafael Moneo; hay una gran cultura arquitectónica. Aunque lo que estoy viendo, como miembro del jurado de los premios FAD, me está empezando a preocupar, creo que la arquitectura española está perdiendo las raíces.

P. ¿Demasiado dinero? ¿La arquitectura de pocos medios que se hacía mayoritariamente aquí explotaba más los sentidos?

R. No soy el único en creer que la condición periférica ha producido la mejor arquitectura desde la Segunda Guerra Mundial. Incluso la arquitectura finlandesa se está haciendo estética a costa de perder su esencia. Eso no quiere decir que todo sea así. Pero esa tendencia es uno de los aspectos negativos de la globalización y de nuestra cultura consumista.

P. ¿Cómo se puede construir una arquitectura de los sentidos?

R. Lo que debe cambiar no es la tecnología sino el enfoque que utilizan los arquitectos. Creo que la función de la arquitectura no es la de alienarnos de una relación sensual con el mundo, sino la de reforzarla. La necesitamos. El elemento erótico de la arquitectura está representado por el tacto: el sentido que invita a juntarse y a ser uno con lo tocado, con el entorno.

P. Tiene una oficina con 30 empleados.

R. Eso era hasta hace poco. Ahora sólo somos tres. He dado un giro radical a mi vida. No quiero ser un general en la guerra. Estoy demasiado cansado. Doy un paso atrás.

P. En cualquier caso, ¿cómo construye su idea de una arquitectura de los sentidos?

R. Los proyectos los dibujamos a escala 1:1. Eso te asegura el entendimiento de cómo la mano toca el edificio. No sólo la mano, el ojo convertido en mano: la redondez de las esquinas… los pequeños detalles que te expulsan o te invitan a entrar. Creo que la hapticidad de la arquitectura antiguamente se conseguía de la mano de los artesanos. Hoy sólo se puede conseguir con la mano imaginaria del arquitecto.

P. Asegura que lo más importante (soñar, escuchar música, besar

) se hace con los ojos cerrados y critica la arquitectura excesivamente iluminada de grandes ventanales de hoy. ¿Cómo puede la arquitectura recuperar intimidad?

R. Reduciendo la escala de los edificios. Hasta los mayores inmuebles pueden tener escala pequeña. Hace poco me impresionó un hospital de Ángel Fernández Alba en Ciudad Real. Era enorme, pero tenía una escala humana, te hacía sentir bien. La actitud del diseñador hace que el usuario se sienta cómodo. La actitud contraria sería tratar de impresionar. La luz es buena, pero como el agua, con exceso, aniquila. Mis ojos no aguantan el exceso de luz, siempre busco la sombra. Y vivo en un país sombrío. Como dijo Louis Kahn: la persona con el libro busca la ventana.

P. Su punto de vista puede parecer nostálgico.

R. No creo que admitir el lado melancólico y nostálgico de la vida sea regresivo. Hoy ser melancólico es ser radical. Permitir que la muerte esté presente en nuestro pensamiento y en nuestra cultura sería considerado radical, y no nostálgico (risas).

P. ¿No le pide demasiado a la arquitectura? Dice que es una extensión de la naturaleza, una explicación del mundo e, incluso, que la medida de la calidad de una ciudad la da el que uno se pueda imaginar enamorándose en ella…

R. Creo que es pedirle lo que puede dar. Para mí ése es el criterio. Uno se puede enamorar en Praga, apetece hacerlo, casi al margen de la persona, es una ciudad para ser compartida. Hay muy pocas ciudades contemporáneas que te lleven a eso.

P. ¿Cómo alguien que reivindica los sentidos viste completamente de negro?

R. Pienso que se debe a la tradición luterana de mi educación. Sin ser religioso, soy nórdico. Vengo de una cultura restrictiva que no invita a destacar. Lo mejor es lo que pertenece al grupo, por actitud, comportamiento o aspecto. Lo mejor que le pueden decir a un arquitecto finlandés es que se porta bien, no que destaca.