El episodio de las letras rojas


Por: Juan Palomar Verea

Hace unos pocos días causó algún revuelo la colocación de unos letreros rojos sobre la fachada de un notable edificio del arquitecto Félix Aceves Ortega situado en avenida México y Francisco Rojas González. Se trata de la actual sede del Sistema Jalisciense de Radio y Televisión. Ante las protestas de mucha gente, los responsables, prudentemente despegaron las letras y como que aquí no pasó nada. ¿Nada?

Desde hace años se ha utilizado la espalda del edificio, en su colindancia poniente, para poner letrerotes. Nadie decía nada. Y también era inaceptable (además de ir contra el reglamento). Pero la agresión frontal contra un edificio que a estas alturas tiene un valor icónico para la arquitectura de Guadalajara fue rechazada por múltiples voces, y qué bueno. Lo que hay que preguntarse es por qué sucedió esta agresión con tanta ligereza. Pues porque todo mundo ve cómo edificios de todos tipos se convierten impunemente en carteleras comerciales. Desde los anuncios que ahora cubren desvergonzadamente edificios altos agrediendo gravemente diversos contextos (i.e. las Suites Bernini de Vallarta), hasta los comercios que –contra los reglamentos- cubren sus aparadores y vidrieras con calcomanías y mantas, siguiendo con todo tipo de letreros y carteles prohibidos que tapizan muchas fachadas, postes y mobiliario urbano de la ciudad.

En resumen, porque existe entre nosotros una generalizada falta de respeto por la arquitectura y los entornos urbanos. ¿A quién se le ocurriría, digamos en Venecia o en Carmel o en Cuzco, hacer semejantes desfiguros? Pero como aquí se nos hace muy fácil hacer con las fincas lo que nos dé la gana (preguntarles a los señores notarios o al dueño de la privada de Pedro Castellanos por Bosque-Zuno), pues qué más dan unas letras rojas de anuncio en una fachada. Hay, para seguir con los ejemplos, dos casas de Luis Barragán que están en la esquina suroeste del cruce de La Paz y Colonias. Una está totalmente desfigurada y enchapada de cantera. La otra, menos dañada, es un hotel y sus muros están cubiertos de letreros escandalosos (aparte de un color lamentable). Afortunadamente, en los dos casos, los daños son reversibles con mayor o menor trabajo. Volviendo a lo mismo: este caso es como tener dos obras de Clemente Orozco rayoneadas y desfiguradas. Así de inteligente.

El gobierno, en cualquiera de sus niveles, es el primero en estar obligado a cuidar celosamente los patrimonios arquitectónicos que ocupa. Pero, si ni en el Hospicio Cabañas atinan a poner en el patio de la entrada (de los Naranjos) los cuatro naranjos que hacen falta, de ocho que debían ser (sin hablar de las dos muy bonitas y pequeñas fuentes proyectadas por Díaz Morales que algún despistado o inepto quitó): ¿Qué esperar? ¿Quién custodia a los custodios?

En fin, el edificio de Avenida México está otra vez limpio de letreros. Falta decir que Gonzalo Villa Chávez, con esa ironía songa y penetrante que tenía, platicaba que había tenido una pesadilla en la que, a resultas de un temblor, el edificio se enderezaba. Le decía al meritorio edificio de Félix Aceves, no sin un cierto juguetón afecto, “el edificio pretemblado”.  En honor al querido Gonzalo, y a todos los que antes de las presentes generaciones han cuidado la ciudad, es necesario evitar que se siga desfigurando, y aún más, hay que ver cómo la componemos.