Argumentaciones contra el desaliento patrimonial


Por : Juan Palomar

Siempre el coraje es mejor / la esperanza nunca es vana”, dijo Borges.

Un amable lector hace a este columnista el siguiente comentario, a propósito de su visión de la conservación de Guadalajara: “Nos basta y nos sobra con ver lo que han hecho del Centro de nuestra ciudad, completamente destruido su patrimonio arquitectónico.” Habría que ir por partes: Es bien comprensible el pesimismo de la afirmación dada la ingente cantidad de fincas de valía, que han sido demolidas, mutiladas o desfiguradas durante los últimos 65 años; más, si esa destrucción llega hasta nuestros días, en los que una casa completa de Díaz Morales fue demolida en plena avenida Unión, sin que ninguna autoridad o grupo interesado dijera “esta boca es mía”.

Pero es conveniente matizar. Guadalajara tiene, al día de hoy, un inmenso patrimonio arquitectónico que va del siglo XVI al XXI. Mucho más de lo que se ha perdido. Lo que pasa es que muchos de estos valores están nublados bajo una capa de incuria y de inacción por parte de los responsables de su conservación (propietarios y autoridades). Camine el lector con cuidado por el Centro: decenas y decenas de casas patrimoniales están maltratadas, despintadas, llanas de pegotes: pero todas son susceptibles de restauración con una mayor o menor facilidad.

Lo que falta es una vigorosa iniciativa oficial capaz de alentar la utilización provechosa e inteligente de ese patrimonio inmobiliario, y una voluntad por parte de los propietarios de abandonar una cómoda indiferencia de la que ellos mismos son los primeros perjudicados. El Centro, a pesar de todas las pérdidas, podría ser un entorno extremadamente atractivo e interesante poniendo en valor el patrimonio existente, armonizando lo no patrimonial y asegurando condiciones adecuadas de habitabilidad. (Poner en orden los camiones, los cableados, los ambulantes, el ruido…)

Lo mismo se puede decir de las colonias. La Francesa, Americana, West End, Moderna, Obrera, contienen al día de hoy grandes valores arquitectónicos, en muchos casos también maltratados pero no perdidos. Una real recuperación de sus banquetas y arbolados podría generar insospechados resultados positivos. Santa Teresita o la Capilla de Jesús también podrían ser sorprendentemente armoniosos e interesantes, si se efectuaran parecidas acciones. Por no hablar de San Juan de Dios, Analco, San Andrés, Tetlán, Mezquitán, Mexicaltzingo, la Parroquia, etcétera. Todos estos contextos contienen suficiente patrimonio arquitectónico y urbano, para convertirse en entornos altamente satisfactorios.

Lo que pasa es que es relativamente sencillo envolverse en la bandera de la derrota total y aventarse a la barranca de la desesperación y el desánimo paralizado y paralizante. (Lo que es “redituable” socialmente, en el nivel más bobo.) Seguir lamentando la pérdida del Palacio de Medrano o del Colegio de Santo Tomás o del Cine Reforma o de muchas otras tristes cosas y refugiarse en fáciles descalificaciones. Lo que requiere esta ciudad es lucidez para reconocer lo perdido (que es mucho), lo existente (que es más) y trabajar activamente y con creatividad en poner en valor y recuperar todas las riquezas recuperables, y seguir yendo al Hospicio Cabañas, Santa Mónica, la casa González Luna-Iteso Clavijero, el Mercado de San Juan de Dios o tantos otros lugares que nos animan y muestran que nuestro patrimonio sigue vivo y actuante.