¿Y si empedramos Guadalajara?


Por Juan Palomar

No toda, claro. Donde sea pertinente. Y la ciudad podría mejorar mucho. Antes de que el lector juzgue esta acción como un disparate, habría que hacer una reflexión. ¿Qué tienen en común la Colonia Seattle, el fraccionamiento Las Fuentes y la calle Sao Paulo en Providencia? Que son tres de los contextos urbanos más agradables y vivibles de Guadalajara. Y que están empedrados. Ante los acuciantes y crecientes calores de la metrópoli es más que evidente que la suma de chapopotes y asfaltos con la que hemos cubierto la urbe resulta un elemento sumamente negativo. Y degradante de la imagen urbana.

¿Qué genera el empedrado? Mayor frescura ambiental, menor refracción de los rayos solares, absorción de aguas pluviales que van a los mantos freáticos, reducción de la velocidad de vehículos automotores que tantos accidentes causan, abatimiento de la contaminación, imagen urbana satisfactoria y atractiva, ocupación para mano de obra. Por lo menos. Apresurémonos a decir que los empedrados que se proponen, en los casos necesarios, tendrían las correspondientes huellas de rodamiento vehicular.

En los años treinta y cuarenta del pasado siglo hubo un ingeniero que propuso, con toda seriedad y ante el auge de pavimentaciones con chapopote, dejar todas las calles que no tuvieran tráfico intenso (particularmente las de norte a sur y viceversa) sin cubrir los buenos empedrados existentes. Sostenía los mismos motivos que al día de hoy son vigentes y que se exponen arriba. Además afirmaba que los pavimentos de empedrado de Guadalajara eran un motivo de orgullo para la ciudad por la calidad de la mano de obra local y por la nobleza de las piedras de la región. Por supuesto que lo tildaron de retardatario, opuesto al progreso, y cualquier otra cosa. Y enchapopotaron.

Pero habría que insistir, ocho décadas después. Los pavimentos actuales, en la zona metropolitana, están en gran parte en un muy lamentable estado. Muchos, es necesario renovarlos por completo. ¿Por qué no empezar por ahí? En vez de asfaltarlos de cualquier modo o parcharlos, rascarlos y, en muchos casos, recuperar los empedrados que hay debajo; o hacer empedrados nuevos aprovechando la base ya existente.

Ante los reparos habría que reiterar el ejemplo. ¿Por qué cada barrio no puede ser tan agradable como la Colonia Seattle? Que si los coches se maltratan: además de que habría cuando se ocupen las eventuales huellas de rodamiento, no es visible que los autos de las colonias (bien) empedradas estén peor que los otros. Quedan muchas colonias (sobre todo periféricas y nuevas) empedradas. Lo malo es que su mantenimiento con frecuencia es pésimo o inexistente. Y esto se puede corregir.

No se trata de empedrarlo todo, a tontas y locas. Es necesario hacer un estudio cuidadoso y responsable, analizar factibilidades, impactos y ventajas. Claro que las vialidades principales seguirían como están (y esperemos que mejores), pero hay un gran número de posibilidades para aplicar lo que aquí se sugiere. Empedrar Guadalajara no es, para nada, una señal de atraso ni motivo de complejos aldeanos. Por el contrario, podría ser un paso hacia la sustentabilidad y hacia una mejor ciudad.