Las trampas de la nostalgia


Un buen albañil acomete su trabajo sin titubeos, con coraje y resolución. Así ha sido, durante milenios, como se han levantado las construcciones que han dado asiento a todas las civilizaciones. Los buenos albañiles lo tienen claro: lo bien hecho, lo sólido y lo lógico, lo bonito.

El patrimonio que heredamos es producto del trabajo de este bravío gremio. Los viejos ingenieros hablaban de la delicia de llegar a las obras —antes de los deletéreos radios de transistores— y oír el coro de chiflidos con el que los operarios entonaban una canción al uso. Terminaba, y otro trabajador proponía una nueva tonada, que luego era seguida por el resto. ¿Pura nostalgia de lo no conocido? Quizá, más bien, el reconocimiento de la manera lúdica y discreta con la que una música reforzaba la unidad con la que un equipo llevaba adelante una obra de la que todos se sentían partícipes y responsables.

Los albañiles no son amigos de la nostalgia. Están más bien pendientes de la labor por acometer. No se entretienen en lamentar lo perdido: un muro que salió mal y hay que rehacer, unos filetes que se ocupa repetir, una columna cuyo colado quedó defectuoso y se requiere corregir de tajo, un aljibe que se agrietó y es necesario componer. Se hace, y punto. Lo suyo es el presente, la chamba de mañana, la terminación del trabajo en pos de la raya arduamente ganada.

Son lecciones que convendría considerar. La memoria es indispensable. Pero es una herramienta, no un lastre. En Guadalajara es necesario asumir las pérdidas, sacar las cuentas, entender qué pasó: y seguir adelante. Es muy ilustrativo, y muy útil, conocer lo que fue. Pero solamente si ese conocimiento cimienta lo que a esta generación le toca hacer. No es cierto el lugar común de que todo tiempo pasado fue mejor. Cualquier conversación con un abuelo ilustra al respecto. Porque a estos tiempos les corresponde una cualidad esencial: están abiertos al futuro. El pasado —nostalgias o no— está encapsulado, sellado para siempre.

Otra cosa es saber que podemos darle viabilidad al patrimonio que heredamos. Si hacemos el ejercicio de traer ese patrimonio al presente, entender para qué puede ser útil, darle una nueva vida plenamente conectada a las actuales circunstancias. Atrevernos a transformarlo con sensatez, a tratarlo con respeto pero también con audacia. En nuestro medio, existe un gran campo de trabajo que está esperando un enfoque apropiado para abrir sus posibilidades. Darse una vuelta por ciudades que lo han sabido hacer siempre es provechoso. Con la nostalgia puesta en su sitio, con la lucidez que caracteriza a los albañiles.

Las nuevas obras ya no resuenan con los múltiples chiflidos de los beneméritos albañiles: pero una música más sutil, nueva, colabora en levantar los muros que han de darle albergue a los días que vienen.