La ciudad para los peatones


Por Alejandro Hernández Gálvez  Blog : OTRO

La semana pasada un coche estorbaba el paso peatonal. al rodearlo para cruzar, la conductora —una señora de unos 70 años—, furiosa me tocó el claxon e hizo muecas que supongo denotaban insultos. yo le estorbaba a su paso. al día siguiente, un coche me tocó el claxon y me pasó demasiado cerca cuando yo iba en mi bici, en el carril que me correspondía. en el semáforo, le reclamé a la conductora su actitud. también respondió con insultos.

en la ciudad de méxico los automovilistas, aunque muchos, son una minoría y sin embargo ejercen constantemente formas de abuso sobre peatones, ciclistas e incluso sobre otros conductores, manteniendo el control sobre la mayoría. la ciudad ha privilegiado al automóvil sobre cualquier otra forma de movilidad pero además lo ha hecho mal. no tenemos las autopistas de los ángeles, por ejemplo, sino unas muchas veces mal diseñadas, mal trazadas y mal pavimentadas. pero eso no no disminuye la convicción de muchos automovilistas de tener un derecho superior al del resto de los ciudadanos al desplazarse.

el miércoles 6 de febrero ilse mariel alonso murió al ser atropellada por un microbús. varias organizaciones de ciclistas protestaron por la falta de medidas adecuadas para que no sólo lo ciclistas sino también los peatones usen las calles con seguridad. pero no faltaron quienes insistieron en un lugar común: que los ciclistas y los peatones también deben respetar los reglamentos de tránsito, pues hay una responsabilidad compartida. es una verdad a medias, buena parte de las reglas de tránsito no son más que resultado de ignorar las diferencias entre distintas formas de transporte. asumir, por ejemplo, que esperar bajo el sol o la lluvia a cruzar una calle es igual para un automovilista que para un peatón o un ciclista. y cualquiera que haya intentado cruzar una avenida transitada, por el paso peatonal y con la luz verde de su lado, sabe que los automovilistas, al dar vuelta, actúan como si el peatón fuera un estorbo —o peor: un blanco.

en la ciudad de méxico, a todas las escalas de gobierno, parece que se repiten esos prejuicios. la inversión destinada a las, por otra parte mal diseñadas, obras viales del sexenio pasado —segundos pisos o supervía— son un ejemplo. pero también lo es el privilegio que le concede muchas veces el agente de tránsito al automóvil sobre peatones o ciclistas. en medio, los delegados no tienen planes claros para favorecer otras formas de movilidad. en la delegación benito juárez, por ejemplo, jorge romero herrera presume sus acciones contra ambulantes mientras al mismo tiempo permite que los comerciantes establecidos en división del norte ocupen ilegalmente banquetas y calles, al tiempo que el proyecto para una ciclopista en esa avenida sigue guardado en un cajón.

hacen falta, pues, acciones claras y directas en todos esos niveles para equilibrar la balanza y lograr que los automovilistas respeten reglas existentes y, sobre todo, entiendan que, parafraseando la película, el poder que les da el automóvil les da también mayor responsabilidad. la prepotencia de muchos automovilistas —como de quien veía desde el caballo al que anda a pié— sólo podrá contenerse con reglas traducidas en hechos físicos y urbanos —mejores banquetas libres de obstáculos, pasos peatonales bien pintados, ciclopistas— y con acciones concretas de las autoridades —multas, remoción de coches que estorben, prohibición de estacionarse en algunos sitios—, pero, sobre todo, con la presión constante de peatones y ciclistas para recuperar esta ciudad.