La valía de los barrios


Por: Juan Palomar Verea

Con el crecimiento y la evolución de la ciudad, fenómeno explosivo durante los últimos decenios, se tiende a nublar la estructura básica que por siglos dio forma al desarrollo de Guadalajara. La mancha urbana originaria se conformó de acuerdo a la costumbre impuesta en las ciudades de fundación. La sede de los poderes materiales y espirituales situada alrededor de una plaza central y los solares para los principales vecinos ocupando las manzanas adyacentes. De allí, a lo largo del tiempo, se suscitó una evolución que gradualmente fue ocupando los territorios circundantes.

Conventos e iglesias fueron dando identificación y límites al tejido urbano originario, y poco a poco se conformaron los barrios que por sí mismos adquirieron identidad y significación no solamente para sus habitantes sino para toda la población tapatía. De entre ellos, hay tres que fueron los núcleos básicos que propiciaron el desarrollo citadino: Analco, al oriente del río de San Juan de Dios; Mexicaltzingo hacia el sur del núcleo central y Mezquitán hacia el norte. Una primera conurbación entre estos tres barrios y la demarcación original conformó por mucho tiempo la estructura sobre la que se desenvolvió la vida de Guadalajara.

Además de la estructura parroquial que proporcionaba identificación a cada barrio, existían en ellos las distintas funciones habitacionales, de educación, comercio y trabajo, que facilitaban una vida integrada para la población. La red de relaciones personales así tejida propiciaba la espontánea aparición de solidaridades y lazos de identidad entre los individuos haciéndolos partícipes de la vida de la comunidad a través de celebraciones y actividades diversas. Cada barrio tenía su propio calendario de fiestas, sus personajes, sus hitos, su personalidad diferenciada.

Esta estructura se fue reproduciendo a lo largo y ancho de la ciudad hasta bien entrado el siglo XX. Las nuevas colonias residenciales que a partir de 1900 se suscitaron al poniente de la mancha urbana introdujeron una nueva tipología que, sin embargo, no supuso un rompimiento radical de los modos de tejer la urbe hasta entonces conocidos. Ya con la segunda parte del siglo XX aparecen los acelerados crecimientos periféricos y la disgregación de la estructura original derivada de las distancias y de la precariedad de infraestructuras y servicios.

Sin embargo, la estructura barrial y los modos de relación de ella derivados han mostrado una acentuada vitalidad y, con distintas características, tienden a reproducirse con el paso del tiempo y la estabilización de los entornos. Es, por así decirlo, una especie de instrucción genética que la ciudad guarda y a la que recurre para darse forma y estructura. La aparición de los llamados cotos, por un lado, y la precariedad de muchos contextos por el otro han diluido en ciertas zonas esta posibilidad. No obstante, con la evolución natural de los tejidos citadinos la vigencia de la organización barrial seguirá sin duda ayudando a conformar una ciudad compartible y apegada a la escala humana.

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