La Rotonda, de memoria


Por: Juan Palomar Verea

La Rotonda de los hombres ilustres, como se le llamó originalmente a la actual Rotonda de los jaliscienses ilustres, tuvo un origen interesante. Resultó, indirectamente, del impulso inicial de Ignacio Díaz Morales –concebido desde los años treinta del pasado siglo- por llevar adelante el proyecto de la Cruz de plazas de Guadalajara.

Fue hasta la llegada de Jesús González Gallo a la gubernatura de Jalisco, el año de 1947, cuando la idea tomó fuerza y concreción. Sin embargo, habría inesperados avatares para el planteamiento original de Díaz Morales. Resulta que en la manzana ubicada al norte de la Catedral existía una iglesia de fines siglo XVIII: Nuestra Señora de la Soledad, cuya patrona tiene un especial arraigo en la grey tapatía (de hecho esta Virgen forma parte de los seis patronos jurados de Guadalajara y su cofradía es la más antigua que aún perdura entre nosotros). La propuesta del arquitecto pretendía, desde el principio, conservar la iglesia e incorporarla dentro de una plaza que así tomaba una forma más interesante y heterodoxa, al mismo tiempo que se sacrificaba el vecino y maltratado edificio, algún tiempo de Correos. Sin embargo, González Gallo ya tenía otros propósitos, y había llegado a diversos arreglos con el Cardenal Garibi Rivera. El gobernador logró la aceptación del prelado para demoler la iglesia y además hacer lo mismo con la sede del arzobispado (incautado desde 1914), lugar en el que ya tenía pensado edificar el actual Palacio Municipal.

La condición de demoler la Soledad para hacer la plaza que está al norte de Catedral fue razón suficiente para que Díaz Morales renunciara a llevar adelante tal encargo. De allí que González Gallo encargara al arquitecto mexiquense Vicente Mendiola (1900-1986) el proyecto para edificar la Rotonda de los hombres ilustres. Dicho proyecto incorporaba la columnata circular que hoy vemos, pero coronada por una cúpula en la que Clemente Orozco realizaría un fresco alusivo. La muerte del pintor de Zapotlán hizo innecesaria la cúpula (con lo que el espacio urbano ganó). La edificación de la Rotonda quedó a cargo del ingeniero Miguel Aldana Mijares, quien también colaboró en terminar y afinar el proyecto de Mendiola (quien además proyectó el Palacio Municipal, por cierto muy digno).

Por cierto también que algunas esforzadas tapatías de la época se echaron a cuestas el trabajo de encontrar una nueva sede para Nuestra Señora de la Soledad y para ese fin construyeron la actual iglesia de la Soledad, sobre la avenida Vallarta, con proyecto de Pedro Castellanos Lambley y construcción de Juan Palomar y Arias.

Ahora se discute, desde la Comisión de Cultura del Congreso del Estado sobre la posibilidad de encontrar lugar “para más ilustres”. Sería bueno que primero se revisaran con cuidado las condiciones para seguir admitiendo personajes a esas instalaciones. Ha habido, por lo menos, ligereza, y por lo más, mucha conveniencia política para algunas recientes inclusiones. Es un asunto que debería ser muy cuidadosamente evaluado. Además, si se fijan, hay todavía mucho campo. 43 gavetas vacías. Y varios lugares para quienes –con todo rigor- merezcan estatuas, las que además deberán ser de la máxima calidad. (Tema que también ha sido descuidado).  Distribuyendo con tino las efigies, y siendo estrictos y rigurosos en la selección, hay Rotonda para buen rato. Eso sí, habría que evitar el grotesco amontonamiento que se ha permitido en el lado de la avenida Alcalde, en donde varios señores se pelean cómicamente por ganar la atención de la gente que pasa por la calle más transitada, dentro de una muy aldeana actitud.

La Rotonda –nuestro panteón laico- fue una peculiar idea que ya es parte del patrimonio y del imaginario común. Habría que tener cuidado antes de meterle mano con ligereza y sin reflexión.