Noticias del Palacio de la Fatalidad (II)


Por Juan Palomar

La fatalidad que intuyó André Breton, el gran escritor francés, jefe máximo del surrealismo, en sus visitas al Palacio de Cañedo de Guadalajara en 1938, ocho años antes de su demolición, alcanzó efectivamente a una parte importante del patrimonio edificado tapatío. A continuación, algunos extractos de su texto Souvenir du Mexique, publicado en la revista Minotaure, número 12-13, mayo de 1939 y luego traducida para Vuelta de marzo de 1989.

“El edificio situado en pleno centro de la ciudad y que visité varias veces cuando estuve en Guadalajara, ¿no es acaso el palacio de la fatalidad?” “Para llegar a su cuchitril tuvimos que atravesar un patio en verdad extravagante y ascender por auténticos peldaños de sueño. Por muy familiarizados que estén los ojos con la arquitectura y la decoración barrocas del México colonial, les resulta imposible no reaccionar en forma inusitada ante la disposición interior de esta antigua residencia de la especie más demoledora. Las escaleras son semibalaustres de un verde desteñido que llevaran a un parque. En esos descansos están instalados unos altos faroles de vía pública que se repiten en trompe l’oeil sobre los muros. Columnatas al principio reales acaban por perderse, a medida que uno avanza, en una bruma de ilusión. En los enyesados, decepcionantes cuando uno se acerca, como espejos de utilería, el color aplicado se intensifica gradualmente como si imitara un aire que se espesa o un agua estancada.” “En la galería superior, la mañana de esa visita, un hombre de elegante apariencia cantaba a voz en cuello. Yo, que estaba abajo, no podía quitarle los ojos de encima aunque otro número de espectáculos fueran dignos de llamarme la atención. Los ángulos del patio, semicubiertos y resguardados por medios improvisados, servían de refugio a familias enteras de pordioseros que se entregaban, tan a sus anchas como los gitanos en sus campamentos, a sus ocupaciones y a sus juegos. Otros grupos se habían apoderado de los espacios situados bajo las escaleras. En la penumbra lacustre se veían algunas mujeres atareadas en torno a una fuente y dos o tres hombres junto a un banco de carpintero. El cantante, que no había bajado el tono lo más mínimo mientras nos acercábamos, no pareció reparar en nuestra presencia. Era uno de esos personajes salidos allá a diario de cuadros del Greco.” “…se trataba del primogénito de la ex propietaria y que su estado mental no había permitido hasta la fecha, debido a las leyes vigentes, que la casa se vendiera y se repartiese el producto de la venta entre él y los otros dos herederos. Todavía me maravilla su soledad en aquel escenario y la milagrosa supervivencia de la época feudal que sus modales implicaban. Mientras que los bárbaros como yo acampaban a las puertas mismas de las habitaciones y minaban, con su audacia sacrílega y magnífica, ese último santuario de alas de cartón…México entero estaba allí…”

Ocho años después de la epifanía que inspiró a Breton estos y otros pasajes, el palacio de la fatalidad, la Casa de los Huesitos, la casa de los Cañedo, era demolida para construir un edificio comercial que se quedaría a la mitad y sería a su vez destruido para edificar la Plaza de la Liberación. Ahora bien, muy distintas son las matrices intelectuales y urbanísticas de la cruz de plazas y las de las ampliaciones de calles que tantas demoliciones ocasionaron. Mientras que la concepción de Ignacio Díaz Morales –quien no estaba de acuerdo con las ampliaciones- dejó una serie de espacios públicos cuyas bondades están a la vista (sin negar las dolorosas destrucciones), las ampliaciones, además de las pérdidas patrimoniales y sus secuelas, empujaron a la ciudad por una fatal búsqueda de una falsa modernidad centrada en el automóvil cuyas consecuencias llegan hasta hoy.

En todo caso, la decadencia que percibió Breton, la fatalidad que según él residía en ese palacio, parece haber cundido por una Guadalajara que no supo estar a la altura de su herencia ni entender el significado de su pasado.