Conservar lo que vale


Juan Palomar Verea

La preservación del patrimonio construido enfrenta grandes retos en las sociedades actuales. La velocidad con la que se generan cambios en esas sociedades y las necesarias adaptaciones a esos cambios son dos factores que influyen en una general dificultad para decidir qué guardar  y de qué prescindir de cara al futuro.

Habría que acordar, de entrada, la necesidad de preservar el patrimonio. Constituye la memoria objetiva de la evolución de una comunidad. Contiene la indispensable información para comprender lo que se ha sido y por lo tanto lo que se es ahora. Y esta comprensión es la base para la construcción del futuro. La preservación no es una concesión a la nostalgia ni un adorno cultural: es una de las claves para mantener viva y actuante a una cultura.

Esto, traducido en términos cotidianos e inmediatos, lleva a la pregunta: ¿qué hacer con determinada finca de edad cuya función ha cambiado o cuyo entorno ha sufrido serias modificaciones? En primer lugar, es necesario establecer su valía. Una vez fijada ésta de acuerdo con las clasificaciones reglamentarias e informadas es factible determinar la necesidad de su conservación o la posibilidad de su intervención. Pero de allí se desprenden múltiples incógnitas. ¿Cómo plantear para la finca un nuevo uso que justifique su conservación o adaptación?

Desde hace mucho circula una expresión que ayuda a situar el problema de la conservación del patrimonio edificado: “Cada edificio para subsistir debe ganarse la vida”. Ser útil, servir para algo, mantener un sentido para la comunidad en que se inscribe. Subrayemos la necesidad de que esta pregunta sea planteada en términos amplios y comprensivos, sin caer en inmediatismos ni en simples cuentas de rentabilidad limitada. Pero la pregunta persiste: ¿Qué hacer con una vieja finca ahora disponible?

Los ejemplos de la conservación exitosa de ciertas fincas patrimoniales en distintos contextos apuntan a una flexibilidad en sus intervenciones que posibilite su adaptación para nuevos usos conservando sus principales valores espaciales y fisonómicos. Esto supone, en todos los casos, una negociación entre lo que se modifica y lo que se conserva. Hace falta una mezcla de conocimiento, imaginación y flexibilidad para conciliar los valores existentes y además añadir, en el mejor de los casos, otros nuevos que pueden hacer más pertinente para la vida actual una edificación con valores patrimoniales.

Conservar lo que vale del pasado será un reto cada vez más acucioso en los nuevos tiempos. Es necesario huir del inmovilismo que solamente produce, en el mediano plazo, ruinas cada vez más difíciles de rescatar. Pero también es urgente encontrar nuevas alternativas que demuestren la vigencia y la utilidad del patrimonio.