LE CORBUSIER: Claves del poeta de la luz, el espacio y la forma


WILLIAM J. R. CURTIS

1. Le Corbusier escapa a las definiciones históricas estrictas. Además de ser arquitecto y urbanista, era pintor, escultor, escritor y diseñador de muebles. Figura fundadora de la arquitectura moderna, acudía siempre al pasado y a la naturaleza en busca de inspiración. Obsesionado con la necesidad de que la arquitectura estuviera a tono con la “era de la máquina” y la “era del progreso”, hacía referencias constantes a la antigüedad. Admirador de los trasatlánticos, los aviones y los coches, consideraba al Partenón la obra de arte suprema. Utópico, también anhelaba una edad de oro perdida en la que supuestamente la sociedad vivía en mayor armonía con el mundo natural. Le Corbusier fue “radical” en un doble sentido: un revolucionario que volvió a sus raíces.

Al entrar en sus edificios y caminar por su interior, nuestra experiencia de las cosas se transforma

2. Sus edificios son como mundos inventados, microcosmos, mitos construidos. Al entrar en ellos y caminar por su interior, nuestra experiencia de las cosas se transforma. La mayoría de los visitantes de la Chapel de Ronchamp (1952) salen profundamente conmovidos por los efectos de luz, espacio, textura y escala, y por el modo en que el edificio se relaciona con el paisaje circundante. Es difícil poner en palabras el efecto: el propio Le Corbusier hablaba de “un espace indicible”, aludiendo quizá a una dimensión espiritual de la arquitectura. En su libro Vers une architecture (1923), el arquitecto establecía que el propósito de la construcción es hacer que las cosas se tengan en pie y el propósito de la arquitectura es el de conmovernos. Nunca fue un mero funcionalista: lo cierto es que, en realidad, era un poeta de la luz, el espacio y la forma. Su arquitectura nos toca en muchos aspectos.

3. Aveces se dice que Picasso reinventóla pinturay la escultura. De hecho hizo algo más: reinventó el mundo y lo hizo encajar en su penetrante visión de las cosas. Las consecuencias plenas de su revolución visual y conceptual no están todavía plenamente agotadas y abarcan todos los campos de expresión. Algo similar puede decirse de Le Corbusier, que reinventó la disciplina de la arquitectura desde sus cimientos. Reveló nuevas dimensiones del espacio, creó todo un lenguaje arquitectónico, y dio existencia a toda una nueva gama de conceptos y formas. Las consecuencias de su obra distan de estar agotadas. De hecho, cada generación parece encontrar algo nuevo en Le Corbusier. Sus prototipos en todas las escalas, desde el edificio individual hasta el plan urbanístico, siguen ejerciendo una influencia en muchas partes del mundo.

4. Cuando Le Corbusier murió en 1965, dejó todo un universo creativo formado por edificios, cuadros, libros, planes urbanísticos, proyectos sin realizar y miles de dibujos y esbozos. Muchos de estos preciosos documentos se guardan en la Fondation Le Corbusier de París. Los primeros escritos sobre el arquitecto tendían a simplificar su función y su contribución para hacerlas encajar en las sagas y leyendas excesivamente simplificadas de la “modernidad”. Ahora estas posturas carecen de importancia, y las investigaciones detalladas sobre él revelan un personaje de gran complejidad. Una de las claves de su obra son los dibujos. Para Le Corbusier el dibujo era una forma de ver y de pensar. Sus cuadernos de bocetos eran como laboratorios portátiles en los que probaba ideas y anotaba observaciones de todo tipo sobre fenómenos tan diversos como las formaciones de nubes, los barcos, las botellas y los desnudos. El suyo era un proceso creativo de metamorfosis por el cual les robaba a las cosas su categoría formal y, como un mago, las convertía en producto de su imaginación.

5. Le Corbusier dedicaba varias horas al día a pintar. Lo llamaba su “trabajo secreto”. Se inspiró en muchos de los principales movimientos artísticos del siglo XX, desde el Cubismo hasta el Surrealismo y más allá, y definió un vocabulario rico en referencias mitológicas y connotaciones cósmicas. Sus cuadros tenían de hecho una calidad muy irregular, pero eran una de sus maneras de traducir la experiencia en arte. El paso de los cuadros a los edificios no era directo: no se limitaba a trazar sin más las líneas curvas cuando dibujaba un plano. Pero los descubrimientos que hizo como pintor sin duda enriquecieron sus posibilidades de expresión arquitectónica. Más que eso, Le Corbusier imaginaba lo que él denominaba la “síntesis de las artes”: fusión de arquitectura, pintura, escultura y urbanismo como una síntesis cultural para la era del industrialismo.

6. Le Corbusier intentó entender las fuerzas y las contradicciones de la revolución industrial, en especial las transformaciones territoriales de la ciudad y del paisaje. Fue un profeta y también el “portador de las malas noticias” sobre el precio que habría que pagar por el progreso. Quizá por eso a veces se le culpaba de todos los males del siglo XX, desde las autopistas que atraviesan ciudades hasta la banalidad de los bloques de viviendas. Esta satanización de un individuo raya por supuesto en la caricatura. Le Corbusier esperaba canalizar lo inevitable para alcanzar una forma urbana más coherente en la que la máquina, la sociedad y la naturaleza encontrasen un armonía utópica. Sus detractores lo acusan de una simplificación grotesca y excesiva, pero lo cierto es que anticipó muchas de las fuerzas y tipos de construcción de la globalización. No deberíamos copiar sus planos, pero ciertamente podemos aprender de sus propuestas y ejemplos transformándolos de manera crítica. El extraordinario ejemplo de la Unité d’Habitation de Marsella (1951) encierra muchas lecciones para el futuro de la vivienda colectiva.

7. Le Corbusier fue un autor que escribió casi cincuenta libros y un inmenso número de artículos. Más que eso, fue un diseñador de libros que captó la importancia de la fotografía como medio para comunicar ideas. Los volúmenes de su obra completa son obras maestras de diseño bibliográfico en el que el texto, la fotografía y el dibujo se coordinan para ilustrar proyectos, pero también para demostrar puntos de doctrina y principios arquitectónicos. En efecto, estos libros constituyen un tratado arquitectónico lleno de ideas sólidas e imágenes inolvidables. Al emplear una técnica de fotomontaje, Le Corbusier conseguía definir un instrumento de comunicación que cruzaba fronteras y trascendía generaciones. No hay nada como experimentar sus edificios de primera mano, pero su arquitectura combina lo único y lo general, y gracias a sus libros se conocen algunas de sus ideas rectoras.

8. Le Corbusier siempre tuvo un concepto universal de la arquitectura, pero también se mostraba sensible a los diferentes climas, culturas y tradiciones. Podríamos considerar la década de 1920 como el periodo del movimiento vanguardista en el que Le Corbusier, Mies van der Rohe, Walter Gropius y los demás “maestros modernos”, como se les denominaba, crearon algunas de las obras paradigmáticas de la nueva arquitectura, como la Villa Savoye de Le Corbusier en París (1929) o el Pabellón de Mies van der Rohe para la Exposición Internacional de Barcelona (1929). Algunos historiadores intentaron incluirlos en un llamado “estilo internacional”, una idea equívoca porque la nueva arquitectura era algo más que una cuestión de estilo, no era uniforme, y estaba de hecho llena de resonancias del pasado. En la década de 1930, Le Corbusier se inspiró cada vez más en los campesinos autóctonos y en las formas naturales. Su obra está llena de polaridades entre el maquinismo y el primitivismo, y es precisamente esta ambigüedad la que permite a sus seguidores hacer tantas interpretaciones distintas. Reveló las visiones tecnocráticas para el futuro, pero también reveló nuevos modos de entender los diferentes pasados.

9. Su influencia puede encontrarse en muchos países dentro de muchos programas culturales y políticos opuestos en todo el mundo a lo largo del siglo XX. En el periodo de entreguerras, este proceso de difusión estaba ya en camino mediante proyectos construidos o diseñados para lugares tan alejados como Moscú, Argel y Río de Janeiro. Le Corbusier se consideraba uno de los “individuos históricos del mundo” a los que se refería Nietzsche, dotados de una misión mundial y de verdades supuestamente universales. De Brasil a Japón, de México a India, se siente la fuerza de sus prototipos. En el caso de India, por supuesto, planeó toda la ciudad de Chandigarh (1950-1965) y la dotó de grandes edificios monumentales, contribuyendo con ello a la fundación de un Estado poscolonial y a un movimiento moderno indio en arquitectura.

10. Cuando falleció en 1965, se produjo un eclipse contemporáneo. En la década de 1980, durante el periodo del posmodernismo, se le consideró la encarnación del diablo. Ahora el péndulo ha oscilado al otro extremo y el artista corre el peligro de que lo canonicen como figura inmaculada de la “modernidad oficial” anestesiada y carente de estética: un sujeto atractivo para la cultura de consumo de los museos. Pero con independencia de los juegos a los que se dedique el sector económico de la cultura, está claro que Le Corbusier el arquitecto sigue con nosotros. Hace unos años, Frank Gehry decía que nunca habría podido haber llegado a la complejidad espacial del Guggenheim de Bilbao sin el ejemplo de Ronchamp. Apenas hay arquitecto vivo que no haya sido tocado de algún modo por su ejemplo. Entretanto, surgen generaciones jóvenes que empiezan a mirarlo con nuevos ojos. Armados con nuevas preguntas, descubren dimensiones inauditas en esta figura desafiante y carismática. Como la misteriosa esfinge, Le Corbusier persigue al observador con sus acertijos y su presencia enigmática. Es probable que siga con nosotros mucho tiempo.

William J. R. Curtis es autor de numerosos libros, entre ellos La arquitectura moderna desde 1900 y Le Corbusier: Ideas and Forms. Su obra más reciente es Structures of Light, un libro sobre sus propias fotografías.

Publicado originalmente en: elpais.com