Servidumbre urbana


Juan Palomar Verea

El encabezado de esta columna alude, de paso, a una célebre novela de Somerset Maugham cuyo título se tradujo como Servidumbre Humana (Of human bondage). En el título en inglés la palabra bondage deriva de un concepto que es útil para hablar de la ciudad: bond: lazo, vínculo. Porque las servidumbres urbanas, en su sentido más noble, son las que derivan de un lazo de acuerdo, de un vínculo solidario de la propiedad privada con los ámbitos públicos, con la ciudad.

En buena parte del tejido urbano de Guadalajara se dispusieron, históricamente, sobre ciertas fracciones de los lotes particulares, “servidumbres”. Áreas de la propiedad que, en función del interés público, deberían guardar ciertas características. Mantenerse libres de construcción y estar sembradas con adecuadas especies vegetales serían los principales rasgos determinados para estas franjas de terreno.

El establecimiento de estas servidumbres, de estas limitaciones a la propiedad privada, tiene diversos fines. No se trata simplemente de propósitos fisonómicos o de ornato, aunque estos sean importantes. Los lineamientos pueden atender también a objetivos sanitarios, de aeración y asoleamiento, de seguridad, de eventuales ampliaciones del espacio público. Como todas las limitaciones, cuando éstas son bien enfocadas pueden dar pie a mejores aprovechamientos de lo construido. Existen zonas en las que históricamente no se han requerido este tipo de medidas (el centro y los barrios tradicionales), existen otras en las que su implantación contribuyó fuertemente al carácter y las bondades de los entornos.

Este último caso es el de la zona de las viejas colonias tapatías. En ellas, los principios de la ciudad jardín, tropicalizada desde Inglaterra, dieron pie a masas construidas armoniosas y ordenadas y, sobretodo, rodeadas de abundante vegetación. El beneficio público del ejercicio de estas servidumbres es todavía evidente.

Sin embargo, desde hace décadas se observa una gradual erosión de estos espacios “ganados” a favor de la ciudad y sacrificados en pro de los intereses particulares: lo más usual es que estas servidumbres ajardinadas den paso a estacionamientos vehiculares dispuestos de cualquier modo, o a diversos tipos de construcción. Nunca se ha hecho la cuantificación de las decenas de miles de metros cuadrados de áreas verdes indispensables para la ciudad que estas servidumbres perdidas han supuesto. Es tiempo de contabilizarlas y de cuidarlas. Porque el establecimiento y la observancia de estas servidumbres constituye un activo público.

Resulta ahora desgraciadamente usual ver como se pierden y se construyen estas servidumbres que tantas bondades aparejaban. Su alteración no significa solamente una pérdida fisonómica y ambiental, sino que frecuentemente se afecta también el valor patrimonial de las propias construcciones. Y se pierde así el vínculo originario, el lazo de armonía y solidaridad con el resto del tejido de la ciudad.

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