Las bicicletas cambian las cosas


Por Juan Palomar

Una nueva conciencia de la ciudad avanza en dos ruedas. Siempre se ha dicho que la experiencia urbana varía grandemente si se transita en un vehículo de motor, o a pie… o en una bicicleta. Alguien afirmó que la bicicleta es el más noble de los aparatos inventados por el hombre: su utilidad, eficiencia y economía parecen reforzar esa noción. Sin contar aún el puro placer que a menudo este ingenio puede incorporar en los traslados.

De un tiempo a esta parte una porción significativa de los habitantes de Guadalajara –sobre todo jóvenes- han reforzado a los contingentes que usualmente hacían de la bicicleta su método ordinario de locomoción. Se dirá que es aún una fracción muy minoritaria. Sin embargo es una minoría con creciente interés y voz en los asuntos públicos. Asuntos en principio concernientes a la movilidad, pero que se han ido extendiendo a lo urbano, a lo cultural, lo político…

Es así como esa minoría, que ha tomado las calles como su territorio de elección, desarrolla mediante ese legítimo y a menudo gozoso acto de apropiación una conciencia que va abarcando campos más amplios del ámbito comunitario. Habría que celebrarlo.

Siempre ha existido gente que por necesidad, costumbre o elección ha utilizado la bicicleta entre nosotros. Uno de los (tristes) tópicos tapatíos habla del manido “pueblo bicicletero”. Sin embargo hay que reconocer un parteaguas: la Vía Recreactiva. Decenas de miles de habitantes usando por primera vez una ciudad a sus anchas a bordo de una bicicleta constituye un fenómeno importante y significativo. Esta reapropiación de una ciudad ajena y hostil vuelta amable una vez a la semana ha permitido a una nueva generación de tapatíos comenzar una nueva relación con su ciudad. La pregunta inmediata surge: ¿por qué nomás los domingos?

El mismo tránsito ciclista, más atento a lo que alrededor pasa, contribuye a una nueva conciencia de la urbe. Los gozos y las sombras de lo cotidiano se vuelven más evidentes, más vívidos, más cuestionables. Rodando en bicicleta se distingue y se discierne. Una ruta en vez de otra, un lado del bache o el contrario, una plaza, una fachada, un conjunto de árboles que repentinamente se vuelven familiares, un personaje habitual, una tienda de abarrotes amistosa: el mapa de la ciudad se va configurando y enriqueciendo de otro modo. La bicicleta como un aparato de conocimiento.

Un núcleo de esta nueva población ciclista empieza a ser un fermento social que viene a oxigenar nuestra precaria vida política. Hay cercanía y aún inmediatez, hay humor e irreverencia, pragmatismo creativo, cierto esnobismo probablemente contraproducente, frescura, cuestionamientos. La ciudad que se mueve en bicicleta es, indudablemente, más sana, pero también más inteligente. La bicicleta cambia las cosas: en una ciudad con tanto por cambiar, la creciente marea ciclista es una buena noticia.

jpalomar@informador.com.mx

,