El Hospicio Cabañas como lección


Por Juan Palomar Verea

Si se examina un plano de Guadalajara de los principios del siglo XIX se podrá hacer una constatación sorprendente: a su extremo oriente, ocupando una superficie equivalente a la de cuatro manzanas, queda marcado un singular edificio: es la Casa de la Misericordia fundada por el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo. Su mismo tamaño, muy importante en relación con la hasta entonces exigua superficie de toda la ciudad, denota un rasgo notable: el más que señalado esfuerzo de una comunidad por dar albergue y auxilio a los desvalidos.

El Hospicio Cabañas y el Hospital de Belén, ahora Hospital Civil, comenzado a edificar algunos decenios antes, constituyen dos de las marcas más altas tanto en la atención a los necesitados como en la tradición arquitectónica de la ciudad y de toda la región. En este sentido, ellos solos ennoblecen y dan sentido a la fábrica urbana que ahora es el corazón de la segunda ciudad del país.

El ilustre arquitecto valenciano don Manuel Tolsá fue el autor, a fines del siglo XVIII, del proyecto que su discípulo José Gutiérrez ejecutara durante varios años subsiguientes. Los principios del reciente neoclásico son aplicados allí con admirable claridad y consistencia. 23 patios organizan una composición que algunas voces autorizadas han comparado con la que Juan de Herrera realizara para el celebérrimo monasterio de El Escorial. Al centro, la capilla de planta de cruz griega constituye el foco compositivo de donde irradia la energía que da unidad al proyecto.

En más de un sentido, el Hospicio Cabañas es uno de los padres fundadores de la arquitectura tapatía. El magisterio implícito de su construcción sencilla y recia se une al hecho de que fue a través de la ejecución del edificio como don José Gutiérrez estableció una especie de escuela de arquitectura prática –la primera de la región- que derivó después en enseñanzas más formales de la disciplina.

En un raro acto de justicia estética la capilla fue destinada, en el decenio de los treinta del pasado siglo, para que el más grande de los pintores mexicanos, José Clemente Orozco, ejecutara su gran obra maestra muralística. No es casual que en uno de los muros el pintor de Zapotlán plasmara la figura augusta del obispo Cabañas; menos lo es que en la cúpula dejara, ardiendo y en ascenso, al hombre de fuego, expresión sublimada y textual de los afanes que todo el edificio significa.

Considerar ahora al Hospicio Cabañas es una lección permanente de gran aliento creador, de convicción moral, de eficaz potencia constructiva, de serena contención expresiva y, nunca menos importante, de alegría discreta, de amenidad. Herramientas todas indispensables para seguir construyendo una Guadalajara cuyas necesidades han crecido y no cesan. El Hospicio Cabañas es una de las definitivas claves para la ciudad que todos heredamos, y más aún, para la venidera.

jpalomar@informador.com.mx

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