¿Qué hacer con la periferia?


Juan Palomar Verea

Durante muchas décadas la periferia de Guadalajara sirvió para albergar la expansión indiscriminada de la ciudad. Y para hacer las fortunas de múltiples promotores y especuladores. Las grandes franjas ejidales de estas zonas dieron con frecuencia lugar a los gravosísimos (para sus pobladores y para toda la ciudad)  asentamientos irregulares.

Pero ahora ese modelo de expansión está agotado. La bancarrota de la dispersión urbana es moral, técnica, urbanística y ecológica. Treinta por ciento de la vivienda periférica está abandonada. Simplemente porque sus hipotéticos moradores no pueden y no quieren pagar el costo desproporcionado de vivir en medio de nada, lejos de trabajos, servicios y satisfactores de diversos tipos. Porque no quieren vivir en la anti ciudad.

La lógica implacable era la siguiente: comprar tierra barata que permita obtener los márgenes de utilidad deseados y plusvalizar de paso los alrededores con miras a futuros negocios. Sin embargo, este mecanismo llevaba su propia condena: la tierra “costeable” siempre se iba alejando, al ritmo de los nuevos desarrollos que encarecían sus entornos. Así, la pretendida expansión llegó hasta municipios como Ixtlahuacán de los Membrillos. Arenal o Zapotlanejo. Y más lejos. Pero el resorte, de tanto jalarlo, se rompió.

Ahora resulta que los promotores hicieron que los ayuntamientos periféricos declararan como “suelo urbano”, como reservas a desarrollar, más del doble de la superficie que la población habrá de requerir los próximos treinta años. Más allá de esta frontera temporal, se prevé que la población habrá de estabilizarse.

Es evidente que esa “reserva” nunca será necesitada realmente para que en ella habiten contingentes poblacionales. Y las expectativas, las especulaciones ¿dónde quedan?

Ante el panorama que nos ofrece el futuro, dos cosas son fácilmente previsibles: el sensible aumento en el costo de los energéticos y de los transportes y el consecuente encarecimiento de los principales insumos que se requieren por la ciudad. Obviamente, uno de ellos serán los alimentos. Es por esta razón que las ciudades inteligentes tenderán a obtener estos productos de su cercana periferia.

En la Zona Metropolitana de Guadalajara hay dos valles privilegiados desde el punto de vista de producción agrícola de alto rendimiento: el de Tesistán y el de Toluquilla. Desde hace años que se intenta defenderlos de la depredación inmobiliaria de la que hablamos, y preservar tanto su indispensable ecología como su viabilidad como surtidores de alimentos para la segunda ciudad del país. La dispersión urbana, y la especulación, los han venido degradando. Pero las cosas, ya se ve, han cambiado.

Es momento de encarar con seriedad y método la tarea de reconvertir las ficticias “reservas urbanas” de la periferia tapatía en tierras de alto rendimiento mediante su adecuada tecnificación agroindustrial. Con una eficaz gestión, y con su inapreciable proximidad al gran mercado local, este uso podría ser altamente rentable. Y no solamente para sus dueños, sino para toda la ciudad.

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