Vivir cerca ¿de qué?


Juan Palomar Verea

Durante mucho tiempo Guadalajara ha crecido a tontas y a locas. La “mancha de aceite” se extendió sin mayor control y las hectáreas de precioso territorio periférico se han ido consumiendo sin ningún sentido de la sustentabilidad. Pero el modelo está agotado. Tanto los estratos populares como los de mayores ingresos que habitan la periferia encuentran día a día mayores dificultades para cumplir sus desplazamientos, surtirse de bienes necesarios, realizar sus actividades. La calidad de vida de esa población, en lo general, disminuye a medida que las distancias de vuelven más onerosas y los entornos carecen de los satisfactores indispensables para la vida cotidiana.

Desde hace tiempo, una característica de las ciudades se resalta como deseable: se habla insistentemente de la “ciudad de cercanías”. Una ciudad en la que sea posible tener acceso adecuado a los diferentes elementos que componen la vida urbana. Esto es, recorridos moderados para ir al trabajo, a la escuela, a centros de consumo y diversión, etcétera. Pero también, y esto es fundamental, una ciudad en donde sea posible establecer vínculos y solidaridades vecinales y barriales, en la que cada habitante pueda encontrar su lugar dentro de una comunidad articulada y comprensible.

¿Qué puede esperar una familia, un habitante, de entornos como los que ahora se proponen en los desarrollos de vivienda económica situados a kilómetros de los centros urbanos consolidados? Grupos de viviendas idénticas y mínimas, tejidos sociales precarios, contextos ecológicos degradados, entornos urbanos planos e indiferenciados, falta de comercios y servicios, trabajos y escuelas lejanas, nulo o deficiente transporte público… No es casual que se anuncie que más del 30 por ciento de estas nuevas viviendas se reporten como abandonadas.

En el caso de las viviendas para capas de mayores recursos, casi siempre organizadas en los llamados “cotos”, las lejanías también cobran un grave costo. La falta de satisfactores de diversos tipos vuelve por lo general a estos desarrollos en lugares carentes de la vitalidad y las opciones que la vida citadina supuestamente debería significar. De cercanía, en fin.

No es casual que se haga sentir crecientemente en las nuevas generaciones un deseo de habitar la ciudad consolidada, central, que ofrece variedad, oferta de servicios y comercios, facilidad de desplazamientos por distintos medios, y sobre todo identidad. Estas generaciones parecen encontrarse ya desencantadas de la oferta disponible, mencionada arriba.

El reto es encontrar las estrategias, los programas y las acciones concretas que permitan ofrecer a los posibles usuarios esa ciudad de cercanías que ya existe, y que es posible revitalizar y densificar de manera racional y sustentable, si se hace lo necesario. Y si nos ponemos de acuerdo y encontramos un adecuado proyecto de ciudad.

,