Contra la ciudad museo


Juan Palomar Verea

En pocos meses se ha visto aparecer, en el centro de Guadalajara, una nueva serie de museos. El Palacio de Gobierno ha visto convertirse en áreas de exhibición buena parte de lo que durante siglos fueron ámbitos de trabajo y recinto de la autoridad. El Arzobispado decidió, por su parte, mudar sus oficinas y crear en los espacios que esas dependencias ocupaban, a espaldas de Catedral, un museo de arte sacro. El edificio del antiguo Seminario, en el sitio que antes ocupaba el convento de Santa Mónica, que durante muchos años alojó a la XV y después a la V Región Militar, es ahora, parcialmente, un museo de arqueología.

Nadie duda de la eventual utilidad de los museos: son equipamientos muy valiosos para la comunidad y sitios de interés –cuando están bien pensados y gestionados- para propios y extraños. El asunto que habría que sopesar con cuidado es el de la gradual pérdida de funciones del centro metropolitano y de la consiguiente pérdida de vitalidad y peso específico de esa esencial demarcación urbana.

Por otra parte, la inminente salida de gran parte del Poder Judicial del primer cuadro, y la consiguiente migración de numerosos usuarios del centro rumbo a su nueva y periférica ubicación, habrá de acentuar la pérdida de actividades cotidianas en toda la demarcación. Alguien debería pensar cómo aprovechar esta oportunidad.

Es claro que la “fuga de funciones del centro urbano”, como la llamaba el bien recordado arquitecto Jorge Camberos Garibi, atenta frontalmente contra el papel de identificación y reconocimiento que ese centro desempeña para todos los habitantes de la metrópoli. Y también contra sus funciones meramente utilitarias. Si bien la emigración de las instituciones mencionadas puede tener que ver con la dificultad de acceso, circulación y estacionamiento que padece el primer cuadro, no es de ninguna manera la salida el abandono y la museificación a ultranza de ese contexto.

Los museos, que cuando están bien pensados son muy bienvenidos, deben coexistir con las demás funciones centrales de la urbe. Nunca sustituirlas. Existen numerosas edificaciones patrimoniales abandonadas o subutilizadas en el centro que mucho merecerían ser las sedes de los nuevos museos. Antes de claudicar ante la saturación o la comodidad, debemos hacer lo necesario, como ciudad, para mantener la plena habitabilidad del centro metropolitano.

La ciudad nunca deberá ser un museo inmóvil y detenido en el tiempo, ajeno a la vida diaria de sus habitantes. Y mucho menos su centro, emblema y testimonio de su historia, pero también herramienta vital para su diaria vigencia.

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