La imposibilidad de la sensatez


Por: Juan Palomar

En París, por ejemplo, las banquetas están sembradas regularmente de árboles de especie y tamaño adecuados. Nadie sueña con talar uno para que se vea su tienda o para hacer estacionamientos o cualquier otra razón. Ese arbolado contribuye fuertemente a la impresión de armonía de la ciudad, a su ecología, a su trabajo civilizatorio –esencial para cualquier ciudad que se respete. Tener un buen arbolado urbano es una idea sencilla y cercana al sentido común. Es algo sensato. O sea, que hace sentido, que da un sentido comprensible, comunicable y compartible al espacio de todos.

Hacia 1976 el arquitecto José Pliego Martínez dispuso la plantación de una calzada de fresnos –el rey de los árboles, les decía Díaz Morales- a lo largo de la avenida Hidalgo, entonces acondicionada para ser, junto con Vallarta, el primer par vial de Guadalajara. Ya se ha hablado en estos renglones de la medida sensata y contundente que significó la implantación de esa arboleda, cuyos magníficos resultados se pueden ver ahora, de Nicolás Romero hacia el centro, más de tres décadas después. También se ha mencionado la insensata, mezquina y aberrante manera como se ha atacado a esos árboles, la pérdida de decenas de ejemplares. Viene al caso insistir, porque siguen las talas hasta el día de hoy.

Más allá de las bajas que se reportan, lo que está detrás de estas pérdidas es la postura de ciertos particulares a quienes les tienen sin cuidado la sensatez, la armonía urbana, el bien común o cualquier otra noción de civilización. Y no están solos. Con tal de no barrer las hojas, de darle mayor “lucimiento” a su comercio, de darle preferencia al acceso de los coches, o de plano de presumir su esencial estolidez, centenares de arboles indispensables son sacrificados cada año por habitantes o usuarios de Guadalajara.

Es necesario proteger el conjunto de esta arboleda de la avenida Hidalgo, plantar nuevos ejemplares para reponer los perdidos, asumir plenamente la sensatez que tiene esta perspectiva urbana, tomarla como ejemplo y generar otras.

Las primaveras que hace más de cuarenta años fueron sembradas por la avenida de la Paz son otro conjunto vegetal valioso y notable. Para mucha gente, es un espectáculo esperado y muy grato su esplendorosa floración anual. Nadie parece ocuparse en proteger estos árboles y menos en plantar más para consolidar la avenida. Hay un motel que se ocupó de destruir una primavera y luego, al muñón seco que quedó, ponerle foquitos de anuncio. Todo un símbolo.

Una vez más, es de justicia invocar la figura del ingeniero Agustín Gómez y Gutiérrez, ejemplar plantador de muchos de los mejores arboles urbanos que ahora tenemos (y de muchos que se han perdido). Hace falta que surjan, siguiendo su ejemplo, funcionarios que sepan implantar la sensatez y la belleza de los árboles en una ciudad a la que tanta falta le hacen ambas cosas. Urge revertir la imposibilidad de la sensatez y cambiarla por la congruencia y la utilidad de hacer cosas con sentido.

jpalomar@informador.com.mx