Condiciones para que la vivienda lo sea


Por Juan Palomar

Condiciones para que la vivienda lo sea

Por demasiado tiempo se ha aceptado llamar vivienda a cualquier alojamiento. Puesta en perspectiva, la producción de soluciones de habitación en México ha estado sujeta a enormes presiones desde hace decenios. La explosión demográfica de mediados del siglo XX, la inmigración a las ciudades y la consuetudinaria premura económica del país son algunos de los factores clave para entender lo que ha pasado.

Sin embargo, otro factor igualmente importante ha sido el irrestricto afán de lucro con el que esta necesidad social se ha conducido en la gran mayoría de los casos. El sistema sobre el que opera la producción de vivienda gira sobre la base de la mayor utilidad con el mínimo de inversión. Y como el principal recurso para los desarrollos masivos que se han favorecido como modelo es la tierra barata, la inercia no controlada en esta dirección ha generado un desastre territorial y urbano sin precedentes.

Un solo dato, a estas alturas, bastaría para reflejar el fracaso del actual modelo de producción de vivienda comercial masiva: el número de casas nuevas y abandonadas por sus propietarios. La depredación de periferias cada vez más lejanas a los centros urbanos consolidados ha acarreado todos los problemas de la dispersión urbana: insostenibilidad ecológica, injusticia social, inviabilidad económica.

Por demasiado tiempo, en aras de la premura y la irreflexión, hemos aceptado llamar vivienda a construcciones que carecen de las mínimas cualidades para ello. Vivir en algún lado, en términos mínimos y dignos, significa contar con los satisfactores indispensables para ello. Una vivienda debe ofrecer una serie de características intrínsecas en cuanto a su factura misma: firmeza, calidad, durabilidad, adecuación a las necesidades físicas y espirituales de los moradores. Y otras características igualmente importantes: acceso a satisfactores externos, integración con un medio urbano consolidado y funcional, posibilidad de apropiación del espacio público.

Con estos principios, una somera revisión de lo que ha venido sucediendo en las soluciones usualmente ofrecidas a quienes necesitan resolver sus necesidades de habitación pone de manifiesto el quiebre del actual sistema de producción de vivienda. Es más que la hora de parar la inercia que ha hecho que los productores de vivienda y los especuladores hayan “generado” desproporcionadas e insostenibles “reservas urbanas” en periferias cada vez más lejanas para seguir reproduciendo tanto el lucro como el fracaso y la infelicidad de los nuevos desarrollos.

Es necesario un cambio radical, inteligente y decidido. Cada nueva solución de vivienda deberá tener, de entrada, una integración adecuada con los entornos urbanos consolidados. Esto significa la previsión de densificaciones ordenadas y viables en esos contextos consolidados y el aprovechamiento de los grandes vacíos intraurbanos propiciados por la especulación y el desorden. Así como se impulsó irreflexivamente un modelo que ahora está agotado, es urgente encontrar uno nuevo, dentro del que la palabra vivienda recupere su dignidad y su vigencia.

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