Razones para el Museo de la Barranca


Por Juan Palomar

La actual discusión sobre el Museo de la Barranca parece sujetarse a ciertos patrones que –con alarmante rutina- han acompañado al intercambio de pareceres sobre similares cuestiones. Desinformación, apresuramiento, sesgos partidistas o de grupo, protagonismo, podrían ser, en los peores momentos, algunos de esos elementos. Es importante recordar la urgente necesidad en nuestro medio de dirimir los asuntos ciudadanos sobre una base de serenidad y objetividad: con la razón y no con el fácil impulso o el interés.

Es válido pensar que a la ciudad, desde hace mucho, le hace falta un apropiado museo de arte moderno y contemporáneo (el primer proyecto en este sentido data de los años sesenta del pasado siglo). Para intentar un somero análisis se proponen cuatro puntos de partida: dicho museo debiera ser no simplemente una institución más sino una poderosa palanca cultural para propiciar y acrecentar la cultura local y nacional. En tanto a su calidad de equipamiento regional y aún nacional su ubicación debe ser cuidadosamente sopesada, y su inserción en el contexto elegido deberá contar con todos los cuidados respectivos. Su arquitectura, su expresión misma, debiera ser un testimonio válido de nuestra contemporaneidad y una manifestación de la comprensión de la ciudad y del particular sitio elegido. Y, finalmente, su gestión debiera apegarse, en cuanto a conceptualización, acervos, programación y funcionamiento, a los más altos estándares internacionales.

Hasta donde se ve, y guardando las reservas necesarias sobre el último de los puntos mencionados –por no ser esta información aún conocida- el Museo de la Barranca cumple razonablemente con las otras tres cuestiones. En los medios de comunicación han circulado, desde hace tiempo, diversas informaciones que permiten tener un juicio –siempre preliminar y crítico- sobre las intenciones que el Gobierno del Estado, el Ayuntamiento de Guadalajara y la iniciativa privada involucrada pretenden llevar adelante de común acuerdo.

El fallido intento de asociación con la Fundación Guggenheim, y el muy discutible proyecto arquitectónico que correspondió a esa gestión parecen haber propiciado en este nuevo esfuerzo una mayor cuota de sensatez y proporción. Un museo como el que está planteado, salvo razones –no opiniones livianas- en contra, ciertamente puede ser un valioso instrumento cultural, educativo, turístico y de mejoramiento urbano.

La discutida ubicación en el Parque Mirador Independencia corresponde a una estrategia particularmente relevante para toda la ciudad: la puesta en valor de la Barranca de Oblatos o de Huentitán, como un recurso natural, paisajístico, recreativo y turístico verdaderamente extraordinario y tristemente ignorado por una significativa proporción de los tapatíos. La zona norte de la mancha urbana puede encontrar en la instauración del museo un impulso decisivo para su mejor desarrollo y un factor importante para la regeneración y el aprovechamiento social de la barranca. La ubicación del museo en el parque, no en vez del parque, puede permitir una revitalización radical a un equipamiento hasta ahora carente de una adecuada conservación y un real mantenimiento. Si se analizan las condiciones del acuerdo del Ayuntamiento y los planos de la intervención, se podrá ver que la moderada huella de la construcción proyectada permite la continuidad del funcionamiento recreativo y el mejor uso de las instalaciones por los usuarios actuales y futuros. La tala de algunos árboles es lamentable, e inevitable si se quiere hacer un proyecto de este tipo. Lo relevante es que, a decir de la autoridad, los ejemplares serán reemplazados adecuadamente en una proporción de 10 a 1 o mayor. La ubicación del museo, al final de la Calzada Independencia y junto a la línea 1 del Macrobús garantiza un acceso eficiente para la población de la ciudad. Esto no es de ninguna manera un punto menor.

Finalmente, el tema de la arquitectura: Herzog y de Meuron, para quien se haya molestado en analizar el proyecto, plantean una intervención mesurada, sobria y responsable, acompañada de un proyecto paisajístico serio y consistente. Claro que para todo hay gustos. Se puede discutir si no hubiera sido mejor encargar mediante concurso local el proyecto. Ciertamente existen pros y contras. La presencia en México de una obra de uno de los despachos más significativos e interesantes del planeta –a juicio de críticos serios- puede también ser un elemento enriquecedor de la cultura local.

Temas como el Museo de la Barranca son de relevancia general para nuestra ciudad. Sería esperable discutir su pertinencia y características con responsabilidad y razones.

jpalomar@informador.com.mx