No a la ciudad como anuncio


LA CIUDAD Y LOS DÍAS

Por: Juan Palomar Verea

No a la ciudad como anuncio

Había un señor que obstinadamente se negó siempre a portar cualquier prenda de ropa que anunciara el nombre o la imagen del fabricante. Decía que era una cuestión de elemental decoro. “Apenas si me anuncio a mí mismo”, decía.

Con la ciudad debería pasar algo parecido. La ciudad es de todos: es el patrimonio más importante que tenemos los que en ella vivimos. No únicamente, claro, la ciudad material. También toda la inmensa e indisoluble carga espiritual que la ciudad comporta. Generaciones y generaciones de historia y de historias, de esfuerzos y sacrificios, de particulares empeños, errores, extravíos y aciertos. Todo lo que desemboca y se sintetiza en este contexto construido en el que la vida transcurre. Por lo mismo, la ciudad merece el mayor respeto, el más intenso e íntimo decoro.

De ahí la gravedad de la propaganda exterior descontrolada, agresiva, invasiva. Como los anuncios que últimamente les ha dado por pegar a algunos edificios altos. ¿De parte de quién es ahora obligatorio que todo mundo, en un radio de 500 metros, se entere que tal servicio de internet es muy bueno? ¿Quién está permitiendo que la Universidad “decore” su particularmente triste (por lo que sustituyó) edificio administrativo con carteles enormes? ¿No hay quien defienda el elemental derecho a no ver adefesios mientras caminamos por nuestra ciudad?

Lejos de estas reflexiones cualquier prurito “purista”. La dignidad de la ciudad es irrenunciable, no negociable. Una buena noticia es que, con la idea de la anterior administración municipal de arreglar la Minerva, la actual administración esté haciendo esfuerzos por quitar el cochinero visual de ese entorno. Pero la cosa está muy lejos de parar ahí. Se ha insistido hasta la saciedad en lo grave que es mantener las entradas a la ciudad como auténticos muladares visuales. Hace años, un hombre de negocios extranjero hizo la observación de lo poco prudente que parecía realizar una gran inversión en Guadalajara a juzgar por el terrible desorden administrativo y la corrupción que implica la anarquía urbana y visual del corredor que viene del aeropuerto. Y la cosa no ha hecho más que empeorar.

La SEDEUR, en la administración pasada, hizo fuertes inversiones de dinero obviamente público para adecentar ese tramo de entrada a la ciudad. Evidentemente esos esfuerzos no han tenido la continuidad ni la colaboración necesaria de parte de los municipios involucrados.

La celebración de los Juegos Panamericanos debiera ser la oportunidad de lavar y limpiar la cara de la ciudad. Una voluntad unida puede, además de poner gráficos alusivos en ciertas fachadas, meter en cintura a ese cáncer en la piel de la urbe que significa la voraz proliferación de intereses particulares que agreden permanente e impunemente a toda la comunidad. La cara de la ciudad es invaluable: es nuestra cara.

jpalomar@informador.com.mx

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