“La soberbia, enfermedad de los arquitectos”: González Gortázar


El Seminario de Arquitectura Latinoamericana (SAL) con sede en Buenos Aires, decidió otorgar por unanimidad el Premio América de Arquitectura al escultor y arquitecto Fernando González Gortázar (Guadalajara, Jalisco. 1942). Este reconocimiento se concede a quienes se han distinguido en el ejercicio profesional y cuya obra pueda servir de referente para futuras generaciones.

El Premio América de Arquitectura lo han recibido Luis Barragán (México), Marina Waisman (Argentina), Fernando Castillo (Chile), Víctor Pimentel (Perú), Eladio Dieste (Uruguay), Gabriel Guarda (Chile), Lucio Costa (Brasil), Ramón Gutiérrez (Argentina), Rogelio Salmona (Colombia), Mariano Arana (Uruguay) y Silvia Arango (Colombia).

“Hay varias cosas que me gustan del Premio América de Arquitectura. Una de ellas es su discreción, es un reconocimiento poco conocido en México, mucho más divulgado en Sudamérica, enteramente ajeno a la publicidad, a la propaganda mediática: adquiere valor por quienes lo otorgan y por quienes lo han recibido. Es un premio que se da entre pares y no un jurado que tiene que lidiar con codazos y confabulaciones que traen consigo los galardones de renombre. Me conmueve profundamente que mi nombre aparezca junto a quienes lo han obtenido”, comenta González Gortázar.

Una característica de su obra es la convivencia armónica con la naturaleza. ¿Cómo fue desarrollando esta faceta?

De mi padre heredé ese amor por la naturaleza. Creo que los seres humanos, al igual que los gatos, nunca nos hemos domesticado del todo, seguimos tirando al monte, como dice el refrán. Cada que podemos salimos de las ciudades, regresamos a la naturaleza y ahí encontramos un lugar que las deformaciones de la cultura se han empeñado en destruir. Gran parte de la penuria en la vida urbana se deriva de esa distancia falsa y malévola que hemos creado con la naturaleza. Eso también tiene componentes muy altos de ignorancia política. Me acuerdo que en tiempos de Luis Echeverría, en Campeche había un gobernador también de apellido Echeverría, al que le preguntaron qué opinaba de la destrucción de la selva, de los ecosistemas que enriquecían su estado, y dijo: “El progreso no puede detenerse”. Aún existe la idea de que el progreso consiste en la destrucción de la naturaleza, sin saber que en realidad es un camino hacia un callejón sin salida.

¿Qué se requiere para lograr ese equilibrio arquitectónico?

Cierta dosis de humildad y de autocontención. La soberbia es una enfermedad gremial de los arquitectos. Hay muchos que tienen esta posición que no conduce a nada bueno, porque no solamente pierden la posibilidad de hermanarse con la naturaleza sino de hermanarse con el resto de la ciudad. Cada arquitecto quiere gritar más alto con sus edificios, se les olvida que el tiempo y el azar también son coautores de la ciudad. Los arquitectos no podemos convertir cada obra en un pedestal de nuestra propia estatua.

¿Es un mal de muchos arquitectos?

De demasiados, y las consecuencias están en cada una de nuestras ciudades. Desde el punto de vista de la armonía urbana, podría uno decir que la mayor virtud de un edificio es la del anonimato; el que pase desapercibido de ninguna manera implica falta de calidad.

¿Quiénes son sus presencias tutelares?

Tengo una lista amplia de mis maestros que abarcan personas de todas geografías y de todas épocas, y conservo también una lista de una jerarquía mayor —la de mis segundos padres—, personas que me dieron a luz y sin los cuales yo sería otro. Entre ellas hay genios como Luis Barragán, Matías Goeritz, el maestro Ignacio Díaz Morales, pintores como Kandinsky, escultores como Chillida y Brancusi, que son de veras personas que han hecho de mí lo que soy, que son coautores de todo lo que yo he hecho aunque hayan muerto hace un siglo o más. Hay en mi obra influencias muy claras de la arquitectura art decó, que hasta ahora no ha habido ningún sólo comentarista o crítico que lo haya mencionado, como tampoco han señalado la influencia de Kandinsky. Sin embargo, poseo influencias mucho más encriptadas como la de la música popular mexicana, que me he pasado la vida oyendo, admirándola, gozándola, estudiándola. De qué manera se manifiesta en mi trabajo, es un misterio, pero es imposible que no se manifieste.

Satisfacciones

– Las obras que más satisfacción le han producido son el Centro Universitario de los Altos (aún en construcción, en Jalisco), la casa que tuvo en Guadalajara (un ecosistema confortable) y la Fuente de las Escaleras (Fuenlabrada, Madrid).

– Desde el 2 de noviembre pasado, Radio UNAM transmite de lunes a viernes el programa de música popular mexicana Cancioncitas (de 20:00 a 21:00 horas), realizado por Fernando González Gortázar.

Fuente: Milenio