Georges Perec, “Especies de Espacios”: Del epitelio a la médula y de regreso


Por: Sandra Valdés

Me gusta cocinar y uno de los momentos que más disfruto es quitarle el esqueleto al pescado, sobre todo cuando lo sacas entero jalando de la cola hacia la cabeza.    Me maravilla ver como embona esa estructura, y algunas veces si lo haces con cuidado, hasta permanece su movilidad.    Hay pocas cosas en la vida de las que se puede decir que es más agradable su estructura interna que la externa.

Recuerdo, hace algunos años, aquella exposición de Günther von Hagens en la que se exponían cadáveres de personas, embalsamados y tratados con el objetivo de poder observar el interior de un cuerpo humano como quien mira la portada del periódico “Alarma”, dicha exposición conforme iba recorriendo el mundo desencadenaba siempre comentarios encontrados.   Por el contrario, podríamos decir, se encuentra Damien Hirst, quien como bien se sabe, se ha posicionado como el artista mejor pagado de la actualidad, y quien de forma mucho más elegante, ha sabido mostrarnos esos cuerpos rebanados y que de entrada no podríamos catalogar como agradables de observar, dado que su intención  no es nada más mostrar el interior sólo por mostrarlo, ya que eso sería mera pornografía, sus intenciones van más allá, dando pie a la interminable reflexión sobre la vida y la muerte, la perdurabilidad y la belleza como antiguamente lo hicieron los barrocos con las “vanitas”[1].

Dada la cantidad de comentarios y reflexiones encontradas que desatan dichas representaciones que nos muestran “los interiores” ocultos, esto nos lleva a pensar que observar el “interior”, es algo a lo que no estamos acostumbrados, no es una práctica cotidiana.    Sobre todo porque es más común observar y reflexionar sobre los contenidos, pero pocas veces nos detenemos y hacemos consciencia de nuestra posición de observadores, del cómo observamos, el porqué entendemos de cierta forma lo que vemos y finalmente, de cómo el autor nos ha llevado a esas conclusiones.

Esto es siempre mucho más fácil cuando hablamos de arte, ya que estamos mucho más acostumbrados a entablar estas relaciones con algo visualmente palpable, pero qué pasa cuando trasladamos esta relación de observador-arte y la cambiamos por          lector – libro.   ¿Cuántas veces hacemos consciencia de la estructura y forma del lenguaje?, ¿cuántas veces vemos el “interior” del libro, no el significado de las palabras, sino la estructura del lenguaje como quien mira una radiografía?

Dice Umberto Eco que sólo el 20% de las personas que leen una novela lo hacen correctamente[2].    El caso más conocido es el de la famosa novela “El Código da Vinci”, cuántos la leyeron creyendo que todo aquello que se contaba en la novela era verdad. El segundo error común, como bien cuenta Eco, es el creer que el protagonista de la novela es un clon del autor, y finalmente termina explicando que muy pocas personas verdaderamente se fijan en la forma del lenguaje.    Esto es interesante porque estamos muy acostumbrados a únicamente leer el contenido de un texto y pocas veces vemos la estructura y la forma que lo constituye.

Cuando observamos la arquitectura pasa algo muy similar, estamos tan saturados de imágenes que por su naturaleza plana, como la de una pantalla, nos hace olvidar que el verdadero sentido de la arquitectura no es aquella forma que se dobla como un pañuelo, ni el titanio que la recubre, mucho menos aquellos pastiches de palitos que se pegan a las fachadas.     Mucha razón de ser de la arquitectura, es esa capacidad que tiene de contener las vidas de las personas, el aire que genera, ¿qué sería de un globo sin aire?    Esas imágenes planas que tanto vemos, entonces, nos cuentan muy poco de la verdadera sensación del estar, y por tanto se nos olvida ver el negativo.

En 1993 Rachel Whiteread utilizó una vieja casa de un barrio en renovación de Londres, para hacer evidente esta inconsciencia del espacio que habitamos.     Clausuró las ventanas y de la misma forma en que se utiliza el molde de una gelatina, relleno el espacio vacío y después desmoldó, el resultado es el negativo de una casa[3], dicha escultura la tituló “House” (imagen).   Podríamos decir entonces que Whiteread hace con la casa lo mismo que hace Hirst con una vaca.

Georges Perec en su libro “Especies de Espacios” hace algo similar, por medio de las palabras va estructurando un discurso que puede leerse en una sucesión de escalas.    “La página”, “La cama”, “La habitación”, pasa por “Europa”, “El mundo” hasta llegar al “Espacio”, un discurso infinito que se puede recorrer casi de ida y vuelta.   En un mapa que dibuja dos universos paralelos, el del espacio descrito y el de las palabras que construyen el libro.     Escribe y describe el espacio que va apareciendo como capas geológicas entretejiendo la relación lector- observador- lenguaje- contenido- espacio.     Constituyendo un manual de instrucciones a diferentes escalas de la vivencia de lo cotidiano, en este caso, sí molécula es la partícula mas pequeña de lo que estamos constituidos, llevando esta idea a un libro, su partícula más pequeña sería una letra, entonces, podríamos decir, que si nos hace conscientes de la constitución molecular del universo, también nos hace conscientes de la constitución “letral” del libro.

Para concluir, gracias a este libro podemos hacernos más conscientes de nuestra forma de leer, entender e interpretar una obra.   Perec es experto en eso, en construir instructivos para la vida, título de otra de sus obras, o mapas, que nos permiten orientarnos en esos universos paralelos que son el real y el de letras.     Nos hace ver las cosas desde la secuencia escalar que nos lleva desde el epitelio hasta a la médula, sin perder el control, y siempre manteniendo el vínculo con la realidad más cotidiana.

Dice Perec: “Así comienza el espacio, solamente con palabras, con signos trazados sobre una página blanca.   Describir el espacio: nombrarlo, trazarlo, como los dibujantes de portulanos que saturaban las costas de nombres de puertos, nombres de cabos, nombres de caletas, hasta que la tierra sólo se separaba del mar por una cinta de texto continua.   El alef, ese lugar borgesiano en el mundo entero es simultáneamente visible, ¿acaso no es un alfabeto?…”

Este libro no está en la biblioteca, así que la recomendación también va para que el ITESO lo compre y forme parte del acervo.

Si se lo encuentran en una librería no duden en comprarlo, estoy segura que lo van a disfrutar.

Les dejo un video sobre “House”, es la nota de pie 3.


[1]Es el nombre que se le dio a las pinturas que por medio de naturalezas muertas y calaveras, representaron la presencia continua de la muerte en la vida humana, fueron típicas del barroco pero han tenido excelentes representaciones contemporáneas como las “Vanitas” de Andy Warhol.

[2] http://www.elpais.com/articulo/portada/Dialogo/politeista/elpepuculbab/20110122elpbabpor_9/Tes

[3] http://www.youtube.com/watch?v=MEtsYIIIfkw

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