Carta a los alumnos del taller de composición arquitectónica de la realidad y el deseo


Maestros:

Quisiera que estas líneas sirvan de reflexión para ayudar a completar el taller que acabamos de terminar.

Un taller es una de tantas medidas con las que podemos ir acercándonos a la arquitectura. Una medida de tiempo: cinco meses que no vuelven. Una medida de la convicción con la que cada quien tratamos de practicar la arquitectura. Una medida de la distancia que separa la realidad del deseo.

La realidad que, nunca, es lo que es. O que es sólo lo que logramos descifrar de ella. Lo que entendemos y percibimos más lo que irremediablemente se nos escapa. Lo que está allí, más su fantasma que nos elude; lo que para cada uno es único e intransferible, lo que apenas podemos decir, situar.

Y el deseo. Ignacio Díaz Morales solía citar a Ferdinand Bac: “Ama en lontananza. El horizonte tiene una fuerza prodigiosa. Los hombres que viven de proximidades no respiran más que polvo.” Sólo deseando otra cosa cambiamos el mundo. Y para eso estamos aquí: en la vida, en la universidad, en el oficio de arquitecto. Para dejar tras de nosotros algo mejor que lo que encontramos. Nomás eso. Todo eso.

Quisimos aprender en el taller a buscar la arquitectura. A comprender la ciudad en la que vivimos, y que nos vive. A verla como el lugar en el que centramos y entendemos nuestros esfuerzos. La ciudad nos rodea y nos atosiga, nos da sustento y nos aísla, nos reúne y nos da la medida del mundo. ¿Cómo encontrar en ella maneras de volverse mejor? ¿Cómo asediarla para que nos entregue algunas claves para hacer arquitectura? Quizás estos meses de búsquedas nos hayan dado algunas respuestas. La principal respuesta estriba en encontrar maneras de ser útiles a la ciudad, de hacerla mejor para sus habitantes, y así poder ganarnos la vida practicando nuestro oficio.

Porque uno de los mejores aprendizajes será entonces el de insertar la arquitectura en donde hace falta. Inventar la pregunta y la respuesta. Dice Platón: “el poeta no ha de hacer discursos en verso, sino crear ficciones, construir mitos.” La arquitectura no es nada si no es poesía. Y el poeta-arquitecto sólo lo será cuando logre establecer los mitos que se vuelven reales en la medida en que el deseo los transfigura. Así, una demarcación determinada en la ciudad -en Guadalajara, para ser precisos- puede volverse el lugar de los mitos que inventamos y a los que proponemos soluciones puntuales. Una ciudad más viva, más habitable, más bella: no es un mito despreciable. A partir de él avanza el deseo. Que puede ser tan preciso como queramos; desde la idea para mejorar un barrio o una calle a la solución de un edificio, una cocina o de un mueble.

Siempre y cuando lo que persigamos sea la belleza. No la lustrosa superficie de un o-render. No la aproximación a soluciones a la moda. La belleza que tiene que ver con lo esencial, lo necesario, lo que logra cortar el aliento y hacernos creer en la felicidad. La que comunican Pátzcuaro, la fuente de los Amantes, la privada que Pedro Castellanos hizo por General San Martín, Venecia, el Mausoleo de Gala Placidia en Ravena, París junto al Sena, ciertas obras de Fathy o de Foster o de Nouvel o de Zumthor, el Partenón cuando amanece, Uxmal, el jardín del Mago en Chapala, un jacal perdido en un camino de Los Altos…

Creo que dimos algunos pasos para llegar a donde queremos. Creo que fue, con todas nuestras limitaciones, un buen taller.

Un abrazo.

Juan Palomar Diciembre 2010

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