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Texto por: José Hernández y Gutierre Aceves.

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Viernes de Dolores

La celebración del Viernes de Dolores es un preámbulo al periodo de recogimiento que significa la Semana Santa en la cultura cristiana. Fue consagrado a la Virgen, como un recuerdo de sus dolores, por resolución del Sínodo provincial celebrado en Colonia, Alemania, en 1413. Muy popular en los siglos XVIII y XIX en México, esta tradición aún es conservada en las familias del centro y occidente del país, y desde hace años el Centro de Promoción Cultural del ITESO, a través de su programa de Patrimonio, la retoma y promueve.

 

I. Incendio del Viernes de Dolores

La importancia de toda tradición radica en reflejar el sentir de un pueblo. La tradición del Altar de Dolores se remonta a la época de la Colonia. En el Reino de la Nueva Galicia, hoy Estado de Jalisco, los jesuitas introdujeron la devoción a la Virgen de los Dolores en el siglo XVII; los habitantes de este reino como devoción a la imagen de la Dolorosa, comenzaron a levantar altares cada año dentro de sus casas.

“Palomitas de algodón y grenetina, comalitos de cebada recién nacida, flores, confeti, esferas de cristal y sobre todo velas de cera en gran cantidad, cuyas luces producían una atractiva y deslumbrante iluminación, abundaban en el adorno de dichos altares, que desde tiempos inmemorables fue costumbre entre los habitantes de Guadalajara celebrar familiarmente la fiesta de la Virgen de los Dolores”, señala el historiador Ignacio Dávila Garibi en sus relatos.

Los altares se visitaban por la tarde o en la noche para gozar el esplendor de la iluminación; como parte de la visita era obligado que el anfitrión obsequiara agua fresca de limón con chía y de Jamaica, entre otras, que según la tradición se relacionaban con el llanto de la Virgen.

Se llamaron “incendios”, precisamente por la gran cantidad de velas encendidas en estos altares, y como las calles de Guadalajara y de otros pueblos donde se ponían estas ofrendas carecían de alumbrado, el reflejo que salía de las ventanas daba la impresión que las casas se incendiaban. También muchas veces con el aire propio de la temporada, la llama de las velas alcanzaban alguna cortina provocando un incendio de verdad.

Hoy en día esta tradición perdura tanto en Guadalajara como en otras poblaciones del Estado, en la Ciudad de México y en otras entidades de la República, contribuyendo así a preservar nuestras raíces y conformar parte de nuestro ser nacional.


 

II. El altar

“Dos ó tres semanas antes del sexto Viernes de Cuaresma, que fue consagrado á la Virgen, […] hacíanse los preparativos para los famosos altares que en tal día se levantaban. Esos preparativos consistían en embadurnar de agua recargada de chía, jarros, comales, cantaritos, ladrillos, pinos y otros objetos de barro muy poroso, de diversos tamaños y de varias formas, cuidando de echarlos agua diariamente; en sembrar en platos y en macetillas, trigo, lenteja, cebada, alegría y otras semillas, preservando unos sembrados del contacto del aire, á fin de obtener las plantas amarillas, y dejando libres otros para que éstas se desarrollasen y adquiriesen su verdor; y por último, en echar el ojo á cuantos muebles, trastos y lienzos y otros objetos existiesen en la casa y fuesen útiles y necesarios improvisación y adorno de los referidos altares.” (García Cubas, 1904)

En Jalisco, el altar es presidido por una imagen de la Virgen Dolorosa, de bulto o pintada al óleo. La decoración responde a un orden preestablecido y varía según las posibilidades económicas y la creatividad de cada familia. Antaño el altar se construía en un espacio escalonado para lo cual se utilizaban mesas y pequeños muebles que se cubrían con manteles blancos y papel picado. La decoración se enriquecía con una profusión de veladoras y velas decoradas con cera escamada, así como con esferas, tazones y tibores de mayólica poblana, y pequeñas macetas con germinados de trigo o chía.

“Multiplicadas eran las faénas a que se entregaban las familias para armar un altar de Dolores, á causa de ser los menesteres tan numerosos como variados. Echábase mano de una mesa, así como de algunos cajones de madera de diversos volúmenes y aun de cofres. Arrimaban aquélla á la pared principal de la sala y ponían éstos sobre la mesa simétricamente colocados de mayor á menor, formando gradas; clavaban en la pared una cortina blanca ó de color, de lino ó seda, dándole la forma de pabellón, bajo del cual se colgaba el cuadro de la Virgen á la altura de la última grada, sobre aquel cuadro se suspendía un Santo Cristo; forrábase el altar con lienzos blancos adornados con moños y listones de colores, y se cubría la mesa con frontal y palio. Improvisado ya el altar procedíase desde luego á su adorno. Unos se ocupaban en dorar naranjas y en formar banderitas con popotes y hojillas de plata y oro volador, y otros en hacer las aguas de colores con las que habían de llenarse de copas, botellones y cuantos vasos de cristal había disponibles en la casa. Sacábanse de sus encierros los sembrados amarillos y traíanse de los corredores y azotehuelas los verdes, así como las macetas de mejor follaje y de plantas en flor, mientras que las criadas, bajo la dirección del ama de la casa, empleaban su tiempo en la cocina ó en otra pieza retirada, moliendo en metates grandes cantidades de pepitas de melón, echando en remojo la chía, el tamarindo […]. Los procedimientos para las aguas de colores variaban según la calidad y recursos de las familias […]”

“Hecho el acopio de todo lo necesario, procedían desde luego á colocar sobre el altar los objetos tan numerosos como variados. Grandes velas de cera, doce cuando menos, adornadas con banderitas de plata y oro volador y colocadas en candeleros con los cabos envueltos en papeles de color picados, se distribuían simétricamente en las diversas gradas del altar. Las ollitas, los ladrillos, los pinitos y demás figuras de barro, sembrados de chía y alegría alternaban con los platos y macetas que ostentaban las amarillentas plantas del trigo y de la lenteja de la misma manera que las hileras de naranjas con sus banderitas de oro, quedaban interrumpidas por los ramilletes y por frascos y botellones tras de los cuales se colocaban lamparitas de aceite que, una vez encendidas, hacían brillar vivamente las aguas de colores que aquéllos contenían. A los lados del altar colocábanse las macetas de mejores plantas, y á su pie se formaba un tapete con salvado extendido, sobre el que, por medio de patrones de papel, se hacían alrededor complicadas labores con pétalos de flores polvo de café y obleas desmenuzadas, y en el centro el anagrama de la Virgen.” (García Cubas, 1904)

 

Está la Reyna del çielo

Anónimo español. Siglo XV. Fragmento.

Está la Reyna del çielo
a la cruz amorteçida
los sentidos muy turbados,
la color desfalleçida;

El rostro muy afilado,
la color toda perdida,
el pecho muy quebrantado
i la vos enrronquecida;

El corazón traspasado,
el alma muy afligida;
Con su llanto doloroso
a tristesa nos convida.

Pues no vieron nuestros ojos
ser madre tan dolorida,
de todos desanparada,
de nadie fue acorrida.

El hijo que mucho amaba
ya se parte desta vida;
A San Juan le encomienda
al tiempo de su partida.

 

Himno a la Dolorosa

Atribuido a Jacopone da Todi.

Oración sobre los dolores de la Virgen María bajo la Cruz. Es un himno del siglo XIII que se asocia en particular con el Vía Crucis, cuando éste sucede públicamente, en procesión o en la iglesia, se cantan estrofas del mismo.

 

La Madre piadosa estaba
junto a la cruz, y lloraba
mientras el Hijo pendía,
cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

Oh, cuán triste y afligida
se vió la Madre bendita
de tantos tormentos llena
cuando triste contemplaba,
y dolorosa miraba,
del Hijo amado la pena.

¿Y cuál hombre no llorara
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera,
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo
vió a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre,
y muriendo al Hijo amado
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

Oh Madre, fuente de amor
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que por mi Cristo amado
mi corazón abrasado
más viva en Él que conmigo.

Y porque a amarte me anime
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí;
y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar,
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo:
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu Corazón compasivo.

Virgen de vírgenes santas,
llore yo con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;
porque su Pasión y Muerte
tenga mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore,
Y que en ella viva y more,
De mi fe y amor indicio;
porque me inflame y me encienda
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
para que cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria.

Amén.


III. Glosario

Para ampliar la explicación sobre los componentes del altar y su simbolismo te presentamos el siguiente glosario que profundiza en el significado de cada elemento en la composición de la ofrenda.

Da click sobre la imagen para agrandarla y verla en detalle.

 

 


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