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Texto por: Juan José Doñán

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“Mirador vine a Cómala”

Más allá de los “destinos turísticos” convencionales, la geografía de Jalisco cuenta con muchos otros sitios de gran atractivo o de un interés relevante. Uno de esos sitios es el Llano Grande, una dilatada planicie del sur Jalisco que se encuentra enclavada en cinco de los 125 municipios del estado: San Gabriel, Tuxcacuesco, Tolimán, Tonaya y parte de Zapotitlán de Vadillo. Históricamente esa gigantesca comarca ha sido habitada por hombres y mujeres empeñosos, cuya creatividad e ingenio han enriquecido, a lo largo de muchas generaciones, un territorio que se caracteriza por la singularidad de sus prendas naturales y por su riqueza paisajística. 

“Mirador vine a Cómala”

A esos dones de la naturaleza, el talento humano ha ido integrando desde tiempos remotos otro tipo de valores, que pueden apreciarse en más de un centenar de poblados y caseríos de distintas dimensiones y de singular belleza, hasta en rancherías y estancias de ganado de muy buena pinta, pasando por fotogénicos cascos de viejas haciendas y también en la agroindustria de mayor abolengo (la del mezcal). A lo anterior hay que sumar sementeras (frutales, de granos y hortalizas) que parecen ser un milagro en un territorio de suyo reseco, rodeado de un circo de altas montañas, algunas de ellas de talla monumental: hacia el sur y el poniente, dos macizos ramales de la sierra de Tapalpa; hacia el norte, la sierra de Manantlán (el Cerro Grande, para los habitantes del llano), y al oriente, el conjunto que forman el cerro de la Elisea y las dos mayores elevaciones de todo el occidente de México (el Volcán de Colima y el Nevado de la misma denominación).

Quien recorra esa inmensa extensión podrá comprobar que, salvo en las partes bajas de la parte oriental del llano, por donde corren los afluentes que alimentan desde Jalisco el caudaloso río colimense de Armería, los árboles son escasos y poco frondosos, cuando no definitivamente trespeleques, y que más bien predominan arbustos y matorrales resecos. En pocas palabras, el llano no es un vergel, sino una zona de tierras flacas en las que llueve poco y donde abunda el tepetate (esa especie de concreto natural) y la agricultura es casi una hazaña como se consigna en el cuento “Nos han dado la tierra”, de Juan Rulfo.

Parte del paisaje Rulfiano

Precisamente esa extensa comarca sirvió de punto de partida para que, con las licencias y libertades propias de la ficción literaria, el mencionado escritor, originario de esa región, concibiera el escenario, la trama y los personajes de sus dos obras maestras: el libro de cuentos El Llano en llamas y la novela Pedro Páramo. Con ellos el autor mitificó o recreó y puso en el mapa mundial lo que equivale a decir que exportó imaginariamente esa parte de la geografía jalisciense, llevándola a millones y millones de lectores en más de medio centenar de lenguas, pues a Rulfo le ha correspondido la gloria de ser el escritor de lengua española más traducido a otros idiomas después de Miguel de Cervantes.

 

Sobre Juan Rulfo

Bautizado con el nombre de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno, quien vio la primera luz en Sayula, el 16 de mayo de 1917,  pasó los primeros años de su vida entre el pueblo de San Gabriel y Guadalajara, donde recibió su educación escolar, primero en el Colegio Luis Silva (1927-1932) y luego en el Seminario de Señor San José (1932-1934).

Escultura de Juan Rulfo

Posteriormente fue empleado durante once años de la Secretaría de Gobernación (1936-1947), etapa en la que comenzó a escribir y publicar sus primeros cuentos, sobre todo cuando esa dependencia federal lo comisionó para trabajar en Guadalajara (1941-1947). Al año siguiente contrajo matrimonio en el templo del Carmen, en la misma capital tapatía, con Clara Aparicio. Para ese entonces ya había cambiado de empleo y trabajaba para la fábrica de llantas Goodrich Euzkadi (1947-1952) y preparaba el que sería su primer y único libro de cuentos: El Llano en llamas (1953). Al año siguiente fue contratado como fotógrafo por la Comisión del Papaloapan (1954-1957) y en ínter de ese nuevo empleo oficial publicó su primera y también única novela: Pedro Páramo (1955).

Entre 1961 y 1963 tuvo una nueva estancia en Guadalajara, acompañado por su mujer y sus hijos mayores, contratado como “asesor” por Televisora de Occidente, S. A. Canal 4 (1961-1963). Su último empleo también fue el más duradero: responsable del área editorial del Instituto Nacional Indigenista, de 1963 hasta su muerte, acaecida en la Ciudad de México, el 7 de enero de 1986.

En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura, en 1978 el Premio Jalisco y en 1983 el Premio Príncipe de Asturias. El año 2000, a iniciativa de un grupo de editores y académicos españoles, que invitaron a sus pares hispanoamericanos a proponer cuál sería la obra literaria más importante del siglo XX escrita en castellano, se declaró que esa obra era Pedro Páramo.

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Ubicación y recorrido

En rojo verás la zona en donde te sugerimos iniciar la ruta (mapa de Google, 2018)

 

Haz clic para ampliar el mapa de esta zona (mapa de Google, 2018)

 

Aun cuando al Llano Grande se puede llegar por varios rumbos (subiendo desde el Grullo, bajando desde Tapalpa, subiendo y bajando desde Ciudad Guzmán, o por la nueva carretera que viene de Comala, Colima), el más recomendables es el que tiene su punto de arranque en Sayula, y no sólo porque esta población sea el punto más accesible para quien proviene de Guadalajara o del centro del país, sino por la variedad y riqueza de cosas de interés que ofrece al visitante. Aparte de ello, existe un par de buenos motivo rulfianos: Juan Preciado, el principal personaje narrador de Pedro Páramo, sigue precisamente esa ruta en su viaje hacia Comala-Tuxcacuesco, y como ya quedó consignado, Juan Rulfo nació en Sayula y se conserva la casa donde vino al mundo.

Placa de la finca 124

Aparte de esta finca, marcada con el número 124 de la calle Manuel Ávila Camacho (antes Francisco I. Madero), los atractivos de Sayula son múltiples, comenzando por sus hermosos juegos de portales del centro de la población, los primeros de cuales datan de la época de la República Restaurada y su modelo se atribuye a José J. Vázquez Morett, sayulense que en 1870 viajó por Europa y el Medio Oriente, de donde habría traído el boceto de esos portales que luego serían imitados, con algunas variantes, en otra poblaciones del sur de Jalisco e incluso en la capital de Colima.

En Sayula es obligada también una visita al templo parroquial, al Santuario de Guadalupe, que posee un atrio y un claustro excepcionales; a alguno de los talleres de cuchillería, y al multisensorial mercado del municipio, donde, aparte de los productos de la tierra, se venden huaraches, las famosas cajetas del lugar. Y por lo que hace al souvenir más solicitado (los celebérrimos versos del Ánima de Sayula), el mismo se consigue hasta en farmacias y tiendas de abarrotes.

Atrio del Santuario de Guadalupe

De Sayula a San Gabriel se hace media hora en coche o autobús y en el trayecto de este recorrido existe un mirador para contemplar el extensísimo llano a un solo golpe de vista. Aparte del muy agraciado centro de la población, en San Gabriel se debe visitar el antiguo colegio josefino, donde Rulfo aprendió a leer y escribir, así como la casa donde pasó parte de su infancia. En la ficción rulfiana, esta población aparece en el cuento “En la madrugada”.

No más de cuatro kilómetros al sur de San Gabriel se encuentran, a un lado de la carretera, los vestigios de la hacienda de Telcampana, la cual es referida en El Llano en llamas. Siguiendo la misma carretera se llega al crucero de Cuatro Caminos, desde donde se puede ir a varias de las principales poblaciones del Llano Grande, que por supuesto también figuran en la obra rulfiana: Tolimán, que aparece en el cuento “Talpa”; Tuxcacuesco, al que la ficción rulfiana convirtió nada menos que en la mítica Comala, y Tonaya, destino de los personajes del excepcional relato “No oyes ladrar a los perros”.

Edificios construidos por el abuelo de Juan Rulfo

Por la carretera a Tonaya, a unos 15 kilómetros al sur de Cuatro Caminos, se encuentra Apulco, población de no más de 400 habitantes y donde se conservan dos edificaciones de gran calado relacionadas con la familia de Rulfo: el casco de la hacienda del lugar, que fue propiedad del abuelo materno del escritor (Carlos Vizcaíno Vargas), y la agraciada basílica de Nuestra Señora del Refugio, que mandó construir de su peculio el mismo acaudalado personaje.

De Apulco, que se encuentra en la banda izquierda del río Jiquilpan, se llega a Tonaya en no más de cuarto de hora. Se trata de la población más grande y próspera de la comarca, en buena medida por la industria mezcalera. El centro de la población es de muy buen ver, con un caserío no carente de gusto y con el fotogénico conjunto que forman el templo parroquial y los vestigios del templo de la Virgen de Tonaya.

Altar al aire libre en Tuxcacuesco

Para llegar a Tuxcacuesco, se debe desandar parte del camino y tres kilómetros adelante de Apulco se llega al entronque que conduce a aquella población, la más baja y calurosa del llano, lo que llevó a Rulfo a tomarla como modelo de su Comala, algo que el visitante puede constatar no sólo por lo caldeado del clima, sino por la ubicación topográfica descrita en Pedro Páramo: “los que vienen, bajan y los que van, suben”. Fuera de ello, Tuxcacuesco está lejos de ser el pueblo fantasma que refiere la novela rulfiana y en la actualidad cuenta con una renovada traza urbana, a causa de los sismos que han acabado con buena parte de las fincas antiguas, entre ellas el templo parroquial, que ha sido rehecho varias veces, enfrente del cual se colocó recientemente una escultura sedente de Juan Rulfo y, a pocas cuadras de ahí, se encuentra un elemental museo consagrado al mismo escritor.

A Tolimán se llega volviendo a Cuatro Caminos y tomando un ramal que, 18 kilómetros al suroeste, lleva a la referida población, que se encuentra en una verde hondonada. En el trayecto, tanto de ida como de regreso, se puede contemplar a placer la inmensidad del llano, con el cerro del Petacal en el horizonte norte y, hacia el viento contrario, la sierra de Manantlán y también el Nevado y el Volcán de Colima.

Vestigios de la hacienda El Jazmín

Para regresar del llano se recomienda hacerlo por la carretera Ciudad Guzmán-El Grullo,la cual se puede tomar en el mencionado crucero de Cuatro Caminos, rumbo al oriente, con la ventaja de poder visitar al paso El Jazmín, donde se conservan algunos vestigios relevantes de la hacienda del mismo nombre, a la que se menciona también en El Llano en llamas. Y como regalo final de salida, esta carretera ofrece al visitante un espléndido trayecto por las faldas del Nevado de Colima, a través de una zona boscosa de muchos quilates.

 

 

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Recomendaciones

Aun cuando el recorrido propuesto por el Llano Grande se puede hacer, aunque con cierta prisa, en un solo día, lo más recomendable es hacerlo más descansadamente en dos jornadas o por lo menos en jornada y media. Así, por ejemplo, a Sayula se puede llegar al mediodía y hacer un recorrido por el centro de la población antes de comer, para lo cual hay muy buenos sitios, entre ellos restaurantes y fondas que tienen en su menú platillos típicos del sur de Jalisco como la cuachala, la birria o los chacales (langostinos o camarones de río).

Y luego de ello, completar el recorrido en el resto de la tarde y pernoctar en Sayula mismo, o si se prefiere un lugar más fresco pasar la noche en Apango (20 kilómetros adelante, rumbo a San Gabriel), donde hay un buen hotel serrano, muy cerca de la carretera. Otra opción es dormir en San Gabriel, que cuenta con varias céntricas hospederías, y aprovechar todo el día siguiente para recorrer sin prisas la zona. Y aun cuando hay varias opciones para comer en distintas poblaciones del llano, el punto más cotizado para ello es un par de restaurantes campestres que se encuentran en el crucero de Cuatro Caminos, especialmente el de mayores dimensiones, que tiene por nombre Paraíso del Llano.

En todo el recorrido, el visitante tendrá sobrados motivos para quererse llevar una botella de buen mezcal, o una pieza de talabartería, o un cuchillo de Sayula, o un típico atadillo de cajetas en cajitas de madera, u otros souvenirs de la zona, entre ellos los siempre muy solicitados Versos del Ánima de Sayula.