Una mirada etnográfica a los Albergues y Casas de Migrantes [Primera Parte]

Por Heriberto Vega Villaseñor, miembro del Programa de Migración donde colabora como asesor del  PAP que maneja este programa, así como apoya en el seguimiento a los jóvenes que participan en el escenario de migrantes del Voluntariado Universitario de Manos Solidarias y del proyecto de Estudio y atención a la migración en tránsito por México.

Un relato introductorio

Para  adentrar al lector en la dinámica de la atención  a los migrantes en tránsito que organizaciones vinculadas de forma directa o indirecta a la Iglesia católica realizan a lo largo de la República Mexicana, se presenta el siguiente relato construido con base en observaciones del trabajo en las casas y de entrevistas realizadas a migrantes en tránsito.

.:Parte I:.

Ya llevaban dos días desde que salieron de Ocotepeque, habían cruzado con cierta facilidad la tierra de los guanacos, pero un grupo de maras les había quitado la tercera parte de aquellas lempiras que con tanta dificultad habían ahorrado en los últimos años,  pero, como ellos decían: “el señor Dios les  acompañaba en su viaje y él, por su infinita misericordia, los guiaría hasta la meta”. Por Guatemala había que cuidarse de algunos choferes que intentaban cobrarles de más, pero sobre todo de los policías que a la primera intentaban extorsionarlos.  Y  ahí estaban ahora a la orilla del río Suchiate, los tres amigos: Wilmer, Marvin y Adonay, unidos en esta aventura por el sueño americano, frente a la mayor pesadilla para cualquier migrante centroamericano: el territorio mexicano.

Pagaron el cruce a través de la “llanta”, esas embarcaciones de tablones colocados sobre cámaras infladas de llantas de tractor que son guiadas por tracción humana. Llegaron a Ciudad Hidalgo, caminaron toda la noche para llegar al Albergue del Padrecito, en las cercanías del río Coatán, aquél que se desbordó con el paso del Huracán Stan, que además destruyó las vías del tren que comunicaba a Arriaga. Decidieron salir  de su tierra porque allá entre los bajísimos salarios y el aumento de la criminalidad ya no era posible vivir.  Pero no sabían que las políticas migratorias de Estados Unidos y la presión hacia el Estado mexicano habían cambiado las condiciones en que sus abuelos habían cruzado tierras mexicanas antes de los años 90: casi sin ser percibidos y ayudados por los pobladores.  Ahora era muy diferente: eran muchos en camino y se les perseguía como a delincuentes o como botín de bandas criminales.

Ya en tierra mexicana se cuidaron de los agentes de migración y de los policías, de los cuales les habían advertido una y otra vez que los evitaran. Se corría la historia de que en la Estación Migratoria habían violado a una salvadoreña y que a tres catrachos los habían entregado a unos delincuentes que les decían “zetas”. Así que entre matorrales y selva avanzaron a la luz de la luna,  por la mañana, antes de amanecer, estaban ya a la entrada de Tapachula.

Se dirigieron por la orilla del río Coatán, con las señas que les dieron identificaron  los almendros que flanquean la puerta de entrada al Albergue Belén, según comentaron, ya el nombre evocaba protección y refugio para estos cristianos evangélicos que se habían incorporado hace algunos años a la Iglesia Pentecostal. A las ocho de la mañana se abrieron las puertas, lo primero que vieron fue el busto de un personaje colocado al centro del patio (un santo católico) y una imagen de la Virgen de Guadalupe en el  fondo, además las banderas de los países centroamericanos colgando de los balcones superiores.

Al mirar a su derecha, se encontraron con un mapa de la República Mexicana, con algunos datos de ubicación y con las distancias del extremo sur a los diferentes destinos de los más de 3000 km de frontera con Estados Unidos de América. Aunque les llamó la atención, no se pudieron detener a ver, porque les pidieron que pasaran a la oficina para su registro.

Les recibió el velador quien les preguntó su nombre, edad, estado civil, procedencia, escolaridad, si habían sido deportados y cuántas, veces, si habían sufrido alguna violación a sus Derechos Humanos y si fue por alguna autoridad o bien por criminales, finalmente,  por el destino al que se dirigían. Una vez que se anotaron esos datos, llegó la Coordinadora General con dos voluntarios, les leyeron el reglamento,  les  dieron un boleto  que aseguraba su estancia por tres días y los amparaba ante posibles “levantones” de la Policía fronteriza. Se les ofreció ropa limpia, zapatos y se les dijo que en la tarde podrían contar con servicio médico pues tenían los pies amoratados,  con muchas ampollas,  por el ya largo y tortuoso trayecto.

Ya olía a comida, a las 9:00 otro voluntario tocó una campana y repartió unas fichas para el desayuno a los migrantes que se estaban registrando y a los que acababan de llegar, en seguida se hizo una fila para pasar al comedor. La cocinera le entregó a cada migrante un plato que tenía huevo con papas, frijoles y cuatro tortillas; a su vez, el encargado de mantenimiento ayudó a serviles atole de masa en su vaso. Se pasó también un plato con chile que se acabó antes de llegar a la tercera mesa. Ante la solicitud de un joven voluntario de la casa, un guanaco hizo la oración de bendición de los alimentos y pidió también por los hermanos migrantes en el camino para que todos llegaran con bien gracias a la “bendición y cuidado de Dios Padre, Bendito y Alabado”, todos respondieron Amén o Bendito Sea.

En la comida se enteraron que ese día había 100 migrantes en la casa, y que además, estaban ahí algunos sudamericanos que hacían sus trámites de refugio en México, que otros esperaban el proceso de demanda por violación a sus Derechos Humanos y otros más iban a presentar ese día una denuncia ante la fiscalía especial, incluso estaban dos muchachas chapinas que habían sido rescatadas de una red local de trata de personas. Era un comedor internacional con centroamericanos, sudamericanos e incluso dos iraquíes.

Al final del desayuno Wilmer y  Marvin se ofrecieron para ayudar a lavar los trastes y Adonay con otros más colaboraron en la limpieza del comedor. Lo que vendría en adelante era esperar y descansar, así como platicar entre ellos, también debían  tener cuidado de sus cosas y estar al pendiente de las diferentes actividades que se ofrecían en la mañana. Algunos ayudaron  en la preparación de la comida, con  lo que de vez en vez, podían agenciarse algún alimento extra.

[Continuará]

 

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