Quién sólo conoce Guadalajara no conoce Guadalajara


image002Por Juan Palomar

Así es. El título de estas líneas parafrasea lo dicho por el gran historiador inglés Hugh Thomas hablando sobre España. Solamente con una mínima perspectiva espacial y temporal es posible comprender fenómenos tan ricos y complejos como lo son las ciudades. Temporal, porque es el sucesivo decurso de las estaciones lo que hace que quien vive una ciudad adquiera una noción consistente del entorno edificado general inserto en sus condiciones naturales; también porque solamente inscribiendo en la cuenta larga de la historia a determinada urbe, haciéndose consciente de sus circunstancias, es posible comprender su evolución, su significado.

La perspectiva espacial es doble: la que se puede ver dentro o alrededor de la misma ciudad por un lado; y, de manera indispensable, la que se adquiere al experimentar otras realidades urbanas, de parecidas o distintas latitudes y poder así completar desde lejos un retrato mental, y una interpretación estructurada de la ciudad en la que se vive. Y sus posibilidades.

Los ejemplos pueden ir de lo más obvio a lo más aparentemente dispar. El viejo dictum “Los viajes ilustran” posee muchos sentidos y, ciertamente, comprobada profundidad. Podemos hablar de ciudades como Ámsterdam en donde más del 70% de los viajes se realizan en bicicleta. Si esto lo hubieran visto –o creído- algunos acomplejados tapatíos de hace décadas (o algunos todavía hoy), no se hubiera tratado de inhibir localmente el uso del biciclo pensando y diciendo “vamos a parecer un pueblo bicicletero”.

Pero para conocer otras ciudades y lugares, para poder realmente conocer a Guadalajara no se necesita forzosamente ir muy lejos. Basta tomar la carretera y ver, por ejemplo, las ciudades y los pueblos de los Altos de Jalisco. O ir a Zacatecas, San Luis, Querétaro, Pátzcuaro, Morelia… Con estas visitas habrá mucho que pensar, que poner en perspectiva.

Gracias a sus viajes, nacionales e internacionales, y a sus estancias en el extranjero, por los que pudo conocer mejor a Guadalajara y sus posibilidades lejos de su ciudad natal, un ingeniero tapatío propuso diversas medidas urbanas desde la década de los treinta del siglo pasado. Medidas aprendidas en otros lados y que le permitieron enfocar a Guadalajara desde otras latitudes. Así, propuso desde entonces, con toda seriedad, construir galerías subterráneas bajo todas las calles de la ciudad para llevar por allí el drenaje, el agua potable, la electricidad, el gas, el teléfono…tal y como lo había visto en París o en Viena. Es una obviedad el decir las grandes ventajas que tal medida, llevada adelante en la entonces compacta ciudad y en todas sus posteriores urbanizaciones, hubiera acarreado (además, decía, el subsuelo tapatío es muy noble para construir galerías).

También propuso desde esa época deprimir todo el trazo del ferrocarril que cruza a la ciudad: como sucede en toda Europa. Muchísimo es lo que tal acción hubiera aportado a Guadalajara, fracturada sin remedio desde entonces por las vías. Planteó que todas las calles secundarias conservaran sus empedrados, de gran calidad, con el fin de preservar el clima local y aminorar el tráfico. Impulsó la alternativa de la bicicleta como muy apropiado medio de transporte para extensas capas de la población y para las condiciones topográficas y meteorológicas del Valle de Atemajac. Él mismo puso en cotidiana práctica su sugerencia  (y algunos nuevos ricos y algún pachuco –contumaces equivocados- consideraban una risible extravagancia verlo llegar en bicicleta al viejo Country Club).

Las sugerencias del ingeniero –que era muy terco- y muchas otras medidas propuestas por él, algunas incluso adoptadas por las autoridades, fueron el resultado de una visión urbana, lúcida e informada, que ese viajero logró tener de su propia ciudad, considerada desde otras partes concienzudamente estudiadas. Una ciudad a la que quiso con fiel ferocidad y para la que trabajó más de medio siglo. (Incidentalmente, el ingeniero era Juan Palomar y Arias, quien vivió del 17 de julio de 1894 –día de San Alejo-, hasta el 3 de septiembre de1987.

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