Pedro Castellanos, el urbanista


Por Juan Palomar Verea

La memoria histórica tapatía tiende a ser corta, para nuestra desgracia. Grandes figuras, que dejaron grandes enseñanzas, se pierden en las brumas del pasado, aunque éste sea tan reciente. Es el caso de Pedro Castellanos Lambley, (1901-1961) ingeniero y arquitecto, y después presbítero.

Nuestro personaje fue hijo de Guillermo Castellanos y Tapia, alguna vez gobernador de Jalisco, y nieto de la afamada poetisa Esther Tapia de Castellanos. Estudió en la Escuela Libre de Ingenieros (1901-1930) dirigida por el ingeniero y licenciado Ambrosio Ulloa. Allí fue compañero de generación de Luis Barragán y amigo cercano de otros destacados miembros de las promociones de esos tiempos.

Fue, sin duda, el arquitecto más exitoso de la Guadalajara de los años treinta del pasado siglo.   Su producción se inscribe dentro de lo que se conoce como Escuela Tapatía de Arquitectura, pero –siempre inquieto y juguetón- también produjo edificaciones afines a diversos eclecticismos. En la cima de su trayectoria, y rodeado de grandes simpatías y prestigio social, este dandy de la vida y de la construcción decide ingresar a la vida religiosa en 1938, y nada menos que a la orden de los franciscanos. A partir de entonces se consagró, exclusivamente, a la generación de proyectos para la Iglesia, campo muy poco explorado, en donde introdujo muy originales, e incluso refinadas, innovaciones.

Su producción, tanto civil como religiosa, fue prolija y brillante, y está aún a la espera de un estudio en mayor profundidad que, además de hacerle justicia, ayude a preservar su patrimonio y ponga al alcance de los interesados sus invaluables lecciones arquitectónicas y edilicias. (Y humanas: se tendría que hacer una verdadera biografía.)

Un aspecto de su quehacer, muy poco conocido y sin embargo sumamente interesante, es el del urbanismo (en su caso, como debería ser siempre, el de la arquitectura de la ciudad). Desde 1935, aproximadamente, y hasta 1940, trabajó en la ejecución de lo que él y sus amigos conocieron como “El Plano Loco”. Se trataba de un proyecto utópico y visionario de la Guadalajara del futuro, en el que colaboró permanentemente con el ingeniero Juan Palomar y Arias.

El proyecto incorporaba medidas radicales. Un gran anillo de circunvalación, de 120 metros de ancho, ordenaba la composición. Con grandes bulevares como este creaba una estructura urbana definida y aireada, dotando a la mancha urbana de corredores verdes que significaban verdaderos paseos y parques lineales para la población, que a la sazón sería de unos 200 mil habitantes.

Proponía una medida señaladamente polémica, audaz y obviamente discutible: la demolición de todas las manzanas en la hilera frontera a Catedral, de norte a sur. En su lugar, un paseo de cien metros de ancho, lleno de plazas, kioskos y jardines. Allí dejaba, a manera de islas, dos señalados monumentos: Aranzazú y el Sagrario de Guadalupe. Sacando las cuentas, y a pesar de las sustracciones, se hubiera quizás perdido menos patrimonio que con la ampliación acumulada de Alcalde-16 de Septiembre y de tantas otras calles con las que se obtuvieron mediocres secciones y deteriorados y anodinos entornos urbanos. Y en cambio proponía un extenso jardín lineal que, recuperando todo el posible espacio del Parque Agua Azul al exttremo sur, daba una potente presencia ecológica (avant la lettre) a la ciudad, junto con la creación de un “Parque de la Barranca” (otra idea pionera e importantísima).

Entre muchas otras cosas, con sus trazos vigorosos y radicales generaba cuadrantes definidos que buscaban consolidar a los barrios tradicionales y asegurar su identidad y vida propia. Con la estructura exterior del Anillo de Circunvalación proponía hacia afuera un crecimiento por barrios, ordenado y armonioso, en forma a la vez concéntrica y orgánica. En fin, un estudio más amplio de esta utopía tapatía dará para mucho más.

Baste decir que es indispensable recuperar plenamente la figura de Pedro Castellanos Lambley, creador entre tantas cosas, de un urbanismo valiente y visionario. “El plano loco” es un modelo –guardando todas las proporciones y consideraciones del caso- de lo que hoy debemos intentar para devolverle a Guadalajara su dignidad y su grandeza.