El espejismo de la vivienda mínima [NEXOS]


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Por Arturo Ortiz Struck en NEXOS http://www.nexos.com.mx/?p=22315

Vivienda conservadora en un Estado diluido es un diagnóstico fatal para la conformación de ciudades, ciudadanía y democracia. La forma, el tamaño y la distribución arquitectónica de una vivienda son irrelevantes ante las condiciones de localización urbana y de flexibilidad social. Si bien parece impensable y a veces se percibe como “inhumano” que la vivienda mínima sea de 34m2, es mucho más cuestionable que el tamaño el hecho de que haya una reproducción de los modelos de habitación para una familia nuclear y que además esté localizada a gran distancia de los espacios de concentración laboral, en una colonia de casitas iguales sin servicios, condiciones de barrio o variedad en los usos de suelo. Si pensamos por un momento en el tamaño promedio de los departamentos en Manhattan, y vemos que aún los más pequeños cuestan millones de dólares, podemos atribuir su valor a que están localizados en el ombligo del mundo, en donde la vida peatonal y de barrio es posible, dentro o junto a áreas de concentración laboral, con una evidente presencia del Estado que garantiza derechos y servicios. Pero también el pago de impuestos se ve reflejado en la infraestructura. El problema de la vivienda mínima no es de tamaño, sino de ciudad.

En Los espectros de la globalización1 Saskia Sassen describió el fenómeno de la globalización y su traducción física dentro de las ciudades. Una de las explicaciones que da, y que ha resultado ser profundamente influyente en la geografía contemporánea, está relacionada con la supremacía de las necesidades del capital sobre las determinaciones de los Estados, los cuales paulatinamente han perdido su presencia en las decisiones económicas y han logrado amoldar las necesidades de la agenda neoliberal a los discursos de democracia. El fenómeno que describe es universal pero heterogéneo, si bien sucede en todos los países, en cada uno se da en forma diferente, con intensidades y expresiones diversas. Lo que probablemente Sassen nunca imaginó, es que en medio de la discusión entre la presencia o desvanecimiento del Estado en las decisiones políticas y económicas, en algunas geografías, parece haber desaparecido principalmente de las calles en grandes ámbitos urbanos.

En mi opinión las ciudades tienen dos lecturas: la primera se refiere a su configuración física, es decir, a las calles, edificios, parques, plazas y todo lo construido; la segunda lectura se relaciona con el concepto de ciudadanía, el cual se refiere a la posibilidad de que los individuos dentro de un entorno urbano puedan ejercer sus derechos, exigir los servicios públicos y encontrar una simetría entre sus obligaciones y los beneficios que obtienen a través de ellas, por ejemplo, a la hora de pagar impuestos. En otras palabras, sólo un entorno urbano capaz de ofrecer acceso a los derechos y servicios puede ser definido como una ciudad.

La producción dominante de suelo urbano en México está determinado por dos procesos relacionados con el acceso a la vivienda: los asentamientos irregulares y la vivienda producida a partir de las políticas públicas. Sin entrar en muchos detalles, los dos ámbitos urbanos son, por lo general, incapaces de brindar ciudadanía. Los asentamientos irregulares se producen en forma heterogénea, en muchas ocasiones mediante organizaciones sociales que han tomado el papel de un gobierno paralelo; o bien se producen a través de intercambios conflictivos entre ejidatarios y particulares, o mediante un mercado inmobiliario informal en relación a la tenencia de la tierra. El hecho es que la definición de la propiedad privada queda siempre en entredicho y su expresión física la podemos ver en todo el país representada por grandes extensiones de casas grises de uno o dos pisos, con pocas ventanas, plagadas de antenas de televisión y tinacos, sobre entornos urbanos incipientes, en sus inicios éstos no cuentan con calles, iluminación pública, drenaje o agua. Mientras que la vivienda formal es la expresión arquitectónica por excelencia de una tabla de Excel, donde lo único esencial es la producción de créditos y servicios financieros, el resultado en los últimos dos sexenios son casi 10 millones de casitas en la periferia, lejanas a los espacios de concentración del empleo, y de otras estructuras urbanas, también lejanas a raíces culturales, al grado que hay alrededor de 20% de estas unidades abandonadas. Ambas expresiones urbanas ponen en evidencia un Estado desvanecido de la vida cotidiana.

Pero también para una buena parte de las clases medias y altas del país el Estado desapareció en términos prácticos de la vida urbana. Muchas familias de este sector socioeconómico han decidido vivir en conjuntos habitacionales cerrados, fuera de la esfera pública y de sus ventajas, tal vez la invisibilidad del Estado en las calles, la inseguridad y la incertidumbre sobre los intereses de los funcionarios públicos, ha dado lógica a la creencia de que los derechos parecen estar restringidos a la propiedad privada, incluso cuando se pone en entredicho el de otros, como en el caso de las empleadas domésticas.

En todo caso, la dificultad de acceder a nuestros derechos de manera inmediata y expedita ha construido escenarios de vivienda ajenos al espacio público, a la democracia y a las instituciones públicas en todos los segmentos socioeconómicos de todas las ciudades del país, donde la representación del Estado ha sido superada por la de su ineptitud y corrupción.

Los modelos de vivienda expresan en su configuración una desconfianza generalizada a las estructuras de gobierno, además muestran la ausencia del Estado en  cualquiera de sus versiones o niveles, en ocasiones la única presencia estatal es la de algún cuerpo de policía, ya sea federal o local, pero esta presencia despierta temor antes que confianza.

Por otro lado, los modelos de vivienda dominantes en México son profundamente conservadores, si bien la configuración demográfica ha puesto de manifiesto en el siglo XXI a una sociedad mucho más diversa e impredecible que la del siglo anterior, donde la familia nuclear ha perdido posiciones en la formación de los hogares, se han creado nuevas configuraciones familiares: un padre o madre soltera con hijos y/o hijas, familias con más de una pareja sexual en el mismo domicilio, individuos que comparten una casa o departamento sin tener una relación de parentesco, parejas sin hijos y millones de personas que viven solas. Con todos estos cambios en la sociedad mexicana, la vivienda sigue siendo familiar, como si el programa arquitectónico de una casa habitación garantizara las moralidades perdidas, donde el único espacio sacralizado formalmente para la sexualidad se le denomina: recámara principal o conyugal. Casas pensadas desde una mirada heteronormativa que siempre implica tener hijos y por lo tanto dos recámaras, una para niñas y otra para niños; en donde la reproducción de una extraña versión del american way of life se pone en evidencia a través de la sala-comedor, y cuando es posible permite incluso reproducir la inequidad social tan invisible como constante a través de los cuartos de servicio.

El hecho es que la vivienda mínima en México ha limitado sus posibilidades a las dos condiciones que he narrado, por un lado al Estado diluido que impide una relación óptima entre lo público y lo privado, y por otro lado un conservadurismo arquitectónico e inmobiliario que ha sido incuestionable, incluso en los espacios dominantes de reflexión arquitectónica.

Además, los productores de vivienda formal deben cubrir las necesidades de producción de los servicios financieros, por lo que su oferta está vinculada a la capacidad de pago de los consumidores, por ello no recurren a los mejores terrenos ni a muchos planes de redensificación en centros urbanos, sino que optan por la tierra más barata, con la cual la localización siempre será cuestionable. La dispersión urbana es de baja densidad y por lo tanto hay pocas actividades, cuando lo ideal sería aumentar la densidad y concentrar actividades.

Son posibles nuevos modelos de vivienda sobre las estructuras urbanas preexistentes, que busquen equilibrios distintos. Es posible imaginar, por ejemplo, una vivienda sin mínimo de metros cuadrados, pero con alta densidad, localizada dentro de las concentraciones laborales urbanas, en un esquema de renta, en donde el desarrollador de vivienda sea el propietario y transfiera la carga financiera que hoy tienen que asumir las familias por décadas a los arrendatarios que probablemente habitarán algunos años esos espacios, con una dinámica activa en la ocupación/desocupación de cada vivienda. Pero además es una posibilidad para atender a una sociedad diversa en su configuración familiar, a jóvenes con la necesidad de independencia. También es posible aprovechar este tipo de proyectos para mejorar el acceso a servicios y derechos, mediante plantas bajas públicas, incorporando módulos que faciliten el acceso a instituciones y programas sociales. También es posible la redensificación en pequeñas propiedades, facilitando el incremento de densidad en áreas habitacionales de dos pisos, en donde cada propietario pueda pensar en un piso más o en dividir una casa en dos o tres departamentos, que permitan no sólo una atención a la diversidad, pero que también pueda representar una opción para propietarios de la tercera edad, que tienen casas muy grandes y costosas para sus necesidades, se pueden incorporar servicios financieros que permitan préstamos para las modificaciones sobre la propiedad garantizados con las futuras rentas, esquemas como el reverse mortgage que consisten en préstamos a personas de la tercera edad sobre sus propiedades, las cuales pueden garantizar no sólo una pensión vitalicia, sino un activo con dos o tres unidades habitacionales fáciles de comercializar en comparación con una casa vieja.

Opciones existen, la pregunta consiste en saber si el Estado está lo suficientemente diluido, como para no poder imaginar, plantear y poner en marcha nuevas políticas públicas en relación con la vivienda, o si todavía tiene las monedas de cambio suficientes para reaparecer y dar destino a las ciudades del país.

 

Arturo Ortiz Struck
Arquitecto. Realizó una maestría en investigación urbano arquitectónica en la UNAM.


1 Sassen, S. (1998), Los espectros de la globalización, Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2003, (pp. 61).