A moro muerto, gran lanzada: en defensa de Ignacio Díaz Morales(I de II)


Por Juan Palomar

La frase que encabeza estos renglones corresponde a un antiguo dicho castellano. Se refiere a la baladronada, y aun la cobardía, que implica realizar un hueco gesto de ataque, victoria y humillación sobre quien ya no tiene cómo defenderse: a toro pasado, pues. En algunos sitios de las llamadas “redes sociales” que se ocupan del patrimonio edificado se ha dado en tiempos recientes por atribuirle a Ignacio Díaz Morales el papel de “villano máximo” en el demérito patrimonial de Guadalajara. Habría que ser justos, precisos, objetivos. La inmensa mayoría de las referencias que en tales sitios se hacen del arquitecto son desinformadas, carentes de datos y antecedentes, viscerales. O sea, que se descalifican solas, aunque propagan los mitos. Hay otras que revelan algo peor: la falta de arrestos, de algunos que lo conocieron y aún lo trataron, para haberle dicho y sostenido en su cara lo que ahora enuncian con ligereza. Esta real hipocresía está quizá, más bien, en la raíz de una problemática absolutamente actual: más de 800 fincas históricas abandonadas y por lo menos 50 en peligro de desplomarse en el perímetro uno del centro. Esto, sin que de las autoridades federales (y estatales) encargadas de “proteger” y “preservar” el patrimonio hayan propuesto el menor posible remedio o alternativa. Eso, sin hablar de los centenares de fincas perdidas en los últimos decenios en los que la omisión y la impotencia oficial han sido la constante.

Es explicable, parcialmente, la ausencia de valor civil de quienes ahora denuestan a Díaz Morales: era temible para los que se achicaban. Temible por su cultura humanística, su sabiduría arquitectónica, su presencia, su mismo temperamento. Muy pocos lograron enfrentarse con él lealmente. Como tantos grandes hombres, tenía enormes virtudes…y grandes defectos. Era intransigente: nada más que su intransigencia estaba fundada en una formación sólida y en una teoría clara y maciza. Sin embargo, sabía, en el límite, rectificar si encontraba convincentes los argumentos en su contra.

Es cierto, le cambió la cara al centro de Guadalajara, y con una sola operación. La Cruz de Plazas, llamada así no por ninguna “beatería”, sino por la forma geométrica –que, como se sabe, es anterior al cristianismo- de las cuatro plazas alrededor de Catedral. Se puede estar ahora en contra o a favor de esta acción urbanística (materia y parte de la arquitectura, por cierto, en la que IDM era sumamente versado, a la manera de Vitrubio, no de los “técnicos” así apellidados). Conviene, antes de pronunciarse una vez más a la ligera, evaluar lo que se perdió y lo que se ganó. Según la fotografía aérea de 1944 –y salvo error en su interpretación–, se perdieron 8 fincas de la manzana frontera a catedral, 2 en la manzana posterior a esa edificación (excluyendo el Palacio de Cañedo que había sido demolido por su propietario años antes y la cabecera de manzana que daba al sur, en donde se había construido recientemente el llamado Edificio Mercantil), y 9 en la manzana frontera al Teatro Degollado. Si Pitágoras no engaña, suman 19. Claro que fue una pérdida. Pero ¿dónde están los “cientos” de demoliciones que se le achacan a IDM? Antes de rasgarse las vestiduras conviene hacer algunas consideraciones. Al paso al que entonces se iba ¿cuántas de estas fincas iban a resultar indemnes de las demoliciones y alteraciones de las décadas subsecuentes realizadas en todo el centro a ciencia y paciencia de las autoridades “protectoras” del patrimonio (como el Palacio de Cañedo y las fincas donde estuvo el Edificio Mercantil)? Habría que sopesar después el valor social y urbanístico que ha supuesto la existencia de las plazas así ganadas durante los decenios de su existencia y la identificación real que la ciudadanía ha logrado con esos espacios, con su ciudad. Sin hablar de los valores compositivos, para muchas opiniones calificadas ciertamente altos, de las dos plazas proyectadas por IDM: la de los Laureles y la de El Dos de Copas (llamada así popularmente por la carta de la baraja española) o de la Liberación. En un elogio de Guadalajara pronunciado en el Teatro Degollado Octavio Paz, en 1987, habló de “sus cuatro plazas como una mano abierta”. Así que habrá que poner en la balanza del patrimonio común las cosas…

Aquí es indispensable otra puntualización: IDM no destruyó, ni nunca fue tal su intención, el templo de La Soledad. Al contrario, en su proyecto para la plaza al norte de la catedral integraba dicha edificación. Al decidirse, por parte de las autoridades, la demolición de ese inmueble para hacer la Rotonda de los Hombres Ilustres, IDM se retiró del proyecto de esa plaza, el que fue encomendado al arquitecto Vicente Mendiola (autor también del Palacio Municipal) y terminado por el ingeniero Miguel Aldana Mijares. Y una más: IDM nada tuvo que ver con las aperturas de Alcalde-16 de Septiembre, Juárez y Corona, a las que se opuso expresamente mediante una carta al licenciado González Gallo, suscrita por él y por el licenciado Javier Verea Prieto. Este testimonio se debe poder consultar en el archivo de IDM, propiedad del ITESO. Por cierto, el ingeniero Juan Palomar y Arias (ya que se le ha mencionado) tampoco estuvo de acuerdo con estas medidas, tomadas en un tiempo en el que las voces de la oposición –y más las militantes– eran escasa o nulamente consideradas.