Dos genios en el andamio: memorias del muro de las bienaventuranzas


image001Por Juan Palomar

Gracias a los afortunados hallazgos del internet apareció recientemente una foto absolutamente memorable. El crédito de la imagen es del señor Ezequiel García. Está fechada en 1937, en Amatitán, Jalisco.

El gran muro que se aprecia en la fotografía corresponde al ábside de la Parroquia de Amatitán. Por aquellas fechas, una acaudalada señora con importantes propiedades en la región le encomendó a su ahijado arquitecto las tareas de restaurar y renovar, a sus costas, la iglesia mencionada y la correspondiente en el vecino poblado de Arenal. De allí los trabajos que se ven en marcha.

El ahijado está subido en el andamio. Un amigo y cliente le acompaña. El ahijado es Luis Barragán, el amigo es José Clemente Orozco. La sombra sobre el muro revela la ausencia de la mano izquierda del pintor: según las crónicas subió trabajosamente, a pesar de su larga costumbre en esas lidias.

Barragán hizo, para estos encargos, de Ignacio Díaz Morales su colaborador. El maestro, quien también estaba presente en el lugar, contaba la razón por la que Orozco, furibundo anticlerical, pero gran creyente en la grandeza de Cristo, había insistido en subir a estar cerca de los caracteres romanos con los que las indelebles, maravillosas  bienaventuranzas estaban siendo grabadas en el muro: “Quiero meter la mano en esas letras”, afirmó contundente.

Y allí están los dos: el mayor arquitecto mexicano y el mayor pintor que ha dado nuestro país. Difícil encontrar tal reunión de genios en el arte nacional de todos los tiempos. Platicaban sobre algo que hacia su izquierda sucedía. Esas palabras se las llevó el aire. Lo que quedó es la repetida colaboración entre los dos artistas, primero en la casa estudio para el pintor de López Cotilla 814 del año de 1935 y después en un encargo similar para la ciudad de México.

Los dos estuvieron juntos en Nueva York, hacia 1931, cuando Orozco realizaba una de sus estancias norteamericanas. De allí proviene una serie de fotografías de los murales del Pomona College que Barragán envió por esas fechas a alguno de sus amigos más cercanos.

Luis Barragán tuvo siempre colgada, en el muro de honor de su casa de Tacubaya, una ampliación de un grabado de Clemente Orozco: Pueblo mexicano. Allí es fácil leer la comprensión profunda que ambos compartieron de las esencias últimas del alma nacional: y cómo lograron transfigurarla e integrarla en sus respectivas obras. Y no es tan difícil, ante su evidencia, oír las palabras que aquel día de 1937 el arquitecto estaba grabando en un muro, y el pintor palpaba con su única mano: Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos…