La pertinencia de la Escuela Tapatía de Arquitectura


Por Juan Palomar

Se ha venido denominando así a un grupo de ingenieros y arquitectos (que hacían prácticamente el mismo oficio) y que se identificaron alrededor de ciertos principios arquitectónicos y realizaron una obra relativamente afín entre los años de 1924 y 1936. Casi todos ellos fueron maestros o egresados de la Escuela Libre de Ingenieros (1902-1925), fundada y dirigida durante toda su duración por el ingeniero y abogado don Ambrosio Ulloa (1859-1933).

La reciente y agradecible aparición en la internet del directorio que aquí se ilustra (y que debe datar de 1934) ofrece la oportunidad de hacer una breve reflexión sobre un movimiento que sentó las bases de la arquitectura jalisciense para una buena parte del siglo XX. Y que a la larga tuvo una definitiva influencia en la arquitectura del país y de muchas partes del mundo a través de la obra, entre otros, de su integrante más destacado: Luis Barragán. Se ha señalado ya cómo la ejecutoria del maestro tapatío tiene una marcada continuidad —en términos esenciales— a través de su etapa jalisciense y su trabajo en México, posterior a 1936.

El maestro Díaz Morales y el ingeniero Urzúa afirmaban categóricamente el origen de las búsquedas de este grupo de profesionales: el descubrimiento por parte del propio Barragán, en un viaje a París en 1925, de dos libros seminales debidos a la autoría de Ferdinand Bac: Jardins Enchantés y Les Colombiéres. En ellos se propone una síntesis mediterránea de la gran arquitectura clásica y morisca que mucho tenía que ver con las viejas tradiciones edilicias —populares y cultas— de la región jalisciense. Para Barragán y sus amigos fue un reconocimiento —como en un espejo distante— y una confirmación.

De estas raíces surgió la Escuela Tapatía de Arquitectura. La mayoría de los listados en el directorio adoptaron en algún momento sus orientaciones. Reivindicaron así las antiguas tradiciones artesanales, la meditada adecuación a la climatología local, el gusto por patios, corredores y fuentes; la jardinería como un elemento esencial…y, en sus mejores casos, las nociones básicas que Barragán enunció en su famoso discurso al recibir el Premio Pritzker en 1980: belleza, magia, encantamiento, serenidad, silencio, intimidad, asombro.

La Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara (UdeG), fundada por Ignacio Díaz Morales en 1948, es hija legítima de estas búsquedas y aunó otras raíces: entre ellas, las de la pléyade de maestros europeos que el fundador atrajo a la naciente institución.

El posterior magisterio del arquitecto en el ITESO, desde 1972 a 1992, significó una continuidad respecto a su ruptura con la Escuela de la UdeG en 1960.

La relevancia de la enseñanza de la Escuela Tapatía de Arquitectura para la arquitectura actual, tan proclive al encandilamiento de las modas, a la bobería y a los tics en boga, es fundamental y podría ser muy saludable. No, desde luego, para imitar formalmente sus logros ni para intentar reproducir sus particulares circunstancias. Sí, en cambio para atender a sus raíces profundas, para leer con atención las tradiciones, la cultura y la climatología regionales, para profundizar en las búsquedas —desde nuestro propio tiempo y circunstancia— de una arquitectura nueva, sustentable, atenta, que pueda decir con sus propias palabras las nociones que, por ejemplo, llevaron tan lejos a Luis Barragán, cumbre absoluta de la arquitectura mexicana.