De la ciudad lenta


Recientes reportes (EL INFORMADOR 21.2.13) informan que Guadalajara es una ciudad cada vez más lenta en su tráfico. No es ninguna sorpresa: con el exorbitante aumento diario del número de coches circulando (o intentándolo) no podemos esperar otra cosa. Los tiempos de traslado en vehículos automotores no han hecho más que aumentar históricamente y no se ve esperanza de mejora. Junto con este fenómeno se incrementan la gravosísima pérdida de horas hombre y la ya de por sí muy grave contaminación. Qué listos estamos resultando, la verdad.

Miles de millones de pesos (6 mil 700) se han invertido este sexenio en “movilidad”. La inmensa mayoría en obras de infraestructura para el coche. Pasos a desnivel, nodos, ampliaciones: la velocidad de traslado en vehículo automotor ha bajado de 25.9 kilómetros por hora en 2007 a 24 en 2012. Vamos en reversa: bravo.

Hay una razón importante para que haya sucedido lo anterior: la negativa irracional de las pasadas administraciones municipales para permitir que continuara la introducción de líneas de BRT. Y el tiempo perdido los santos lo lloran. En la práctica, fueron tres años en los que la única alternativa para cientos de miles de gentes fue buscar adquirir de cualquier modo una carcancha (aunque sea) para solucionar sus requerimientos de transporte. También fue muy grave la negativa de los tres sucesivos gobiernos panistas para plantear nuevas rutas del tren ligero, que no se contraponen al BRT sino que se complementan.

Pero hay otra razón importante para todo este deterioro. Somos, en verdad, una ciudad lenta. De entendederas. Lenta para reflexionar y reaccionar ante problemas que atacan directamente la vida de la urbe. No se explica de otra manera la pasividad con la que, en general la población, y las capas supuestamente pensantes, acatan las situaciones que de hecho perjudican a toda la comunidad. Por más que haya algunos grupos de la sociedad civil que expresan activamente sus inquietudes, están aún lejos de lograr mover a una masa crítica de gente para lograr cambios en el estado de las cosas.

Lenta la ciudad para poner orden en este peliagudo asunto de la movilidad, lenta para defenderse de la galopante contaminación, de la tala de árboles, de los destrozos visuales y botánicos producidos por los espectaculares, de la falta de espacios públicos y áreas verdes suficientes y dignos, de la falta de seguridad. Lenta para defender el patrimonio edificado e impedir que más de 800 fincas del centro estén abandonadas y muchas en peligro de colapso, para impedir las decenas de muertos debidas al mal manejo del transporte público. Y no sólo es culpa de las autoridades. Si fuéramos menos lentos y pasivos y actuáramos en consecuencia, exigiendo terminantemente cambios en el estatus quo de todas estas problemáticas otro gallo nos cantara.

La sociedad civil tapatía no puede eximirse de sus responsabilidades: debe abandonar esa comodona lentitud y pasar a la acción. De otra manera la deletérea lentitud seguirá, en todos los campos, avanzando.