Los pisos del Centro


Por: Juan Palomar

Es una superstición más bien boba el pensar que si Guadalajara se queda chaparra es más bonita. También el creer que todo debería ser alto. Las ciudades responden a múltiples variables y deben de ser tratadas con mucho cuidado. Están para aprovechar su potencial y también para respetar los valores patrimoniales y fisonómicos. Lo que rara vez aparece en la discusión pública de estos temas entre nosotros es que es posible, con tino y paciencia, conciliar las cosas.

Ya a estas alturas queda muy claro, salvo para el beaterío de los conservacionistas a ultranza, que Guadalajara debe de densificarse sustancialmente si aspira a ser una mejor ciudad para sus habitantes. Dónde y cómo son las claves de la cuestión. El juego inmobiliario —salvo alguna circunstancia impensada— dicta que las propiedades con mayor plusvalía, derivada ésta de su situación y su acceso a las bondades de la urbe, sean más caras. Y para hacerlas funcionar racionalmente deben de ofrecer una rentabilidad mínima. El abandono y la decadencia del centro tienen que ver con la imposibilidad de encontrar alternativas que concilien esta rentabilidad con los valores patrimoniales de cada finca y de la demarcación.

Un instrumento para buscar esa conciliación son los planes parciales de desarrollo urbano: cuando están bien hechos. En esos planes se puede estudiar a detalle las posibilidades que los predios tienen de encontrar un buen desarrollo, las posibilidades de una cierta área de aplicación para, al final de cuentas, ser un mejor entorno para la vida citadina. Es el caso de los dos planes que durante la administración pasada se realizaron, se consultaron y se publicaron para su plena vigencia en el entorno del Parque Morelos.

Sin esos ordenamientos sería imposible, hoy mismo, abrir el camino para la llamada Ciudad Creativa Digital. En ellos está plenamente estudiada y respetada la cuestión patrimonial, pero existe también la posibilidad de atraer inversiones como la que se menciona. Fueron realizados por un despacho de larga trayectoria e intachables credenciales técnicas. Son una muestra de que se puede lograr la conciliación de la que se hablaba arriba.

Festejar que Guadalajara se vaya a quedar indiscriminadamente chaparra no es solamente miope, sino irresponsable. Ojalá que las autoridades y sus técnicos tengan la sabiduría y la capacidad de gestión para darle al Centro de Guadalajara el oxígeno que necesita para no seguir en el fatal declive de los últimos decenios. Las decenas de fincas en estado ruinoso que ahora alberga el Centro —sin hablar del general desaprovechamiento del patrimonio— constituyen un gran fracaso para las instancias que supuestamente están allí para proteger el patrimonio de todos. El inmovilismo también le ata la pata a la vaca.

Tenemos muchos arquitectos, urbanistas y restauradores capaces de darle a Guadalajara un mejor futuro. Se requiere apertura e imaginación para ponerlos a trabajar en beneficio de la comunidad.