Patrimonio y momificación


Juan Palomar Verea

Un nuevo episodio en el devenir del patrimonio arquitectónico de Guadalajara se sucede: la discutida intervención en una casa de la calle Lerdo de Tejada 2076 en donde se pretende –con la autorización oficial- conservar las crujías fronteras de la edificación y construir en la parte trasera dos torres de cinco y seis pisos. El fin parece ser la instalación de uno de los llamados hotel-boutique.

A diferencia de otros bienes culturales, el patrimonio arquitectónico debe tener, para subsistir, vida propia. Una momia puede conservarse, adecuadamente tratada, en una vitrina. Una obra construida requiere, de entrada, una función efectiva que cumplir, sin la que su misma existencia se pone en riesgo. Las fincas urbanas, aunque sean de una cierta edad y mérito, requieren pago de contribuciones y agua, gastos de mantenimiento y conservación. Exigen además una rentabilidad mínima. Su momificación está excluida como alternativa efectiva por ser imposible. Centenares de fincas de valía están en estos momentos en peligro de colapso en la ciudad por esta problemática. Y para ellas se requiere soluciones realistas y concretas, que guarden un equilibrio adecuado y concilien los diversos intereses.

Independientemente de lo contrastante que resulta la atención prestada a este caso y el silencio por la demolición de una casa completa de Ignacio Díaz Morales hace unos meses, conviene enunciar algunas reflexiones. No sería difícil, quizá, ponerse de acuerdo en que la casa de Lerdo de Tejada, intervenida a fines de los años cuarenta por los ingenieros Vallejo y De Obeso, tiene sobre todo un valor ambiental más bien que constituir una obra de relevancia arquitectónica singular. De allí se podría pensar también que la postura de todas las autoridades involucradas en la autorización ahora cuestionada pueda merecer el beneficio de la duda.

Dejar una buena parte de la casa asegura la presencia de un testimonio de época –no solamente en fachada sino en espacio- y la permanencia de una escala amable para la calle. (Lo que constituye el patrimonio a preservar.) Construir en la parte trasera (que no tiene relevancia espacial ni expresiva) dos torres que seguramente serán los cuartos del hotel puede ser factible, si se cuida de todos puntos de vista su impacto sobre la casa misma y sobre todo sobre las construcciones vecinas. Particularmente importante es el efecto que las nuevas edificaciones de cierta verticalidad pueden tener sobre la privada de Pedro Castellanos situada a espaldas, por la avenida La Paz. Estirando más el beneficio de la duda es de esperarse que existan perspectivas y maquetas en las que estos efectos sean evaluados adecuadamente.

Una solución así no debiera asustar a nadie. El hotel Demetria en la cercana avenida La Paz demostró, contra viento y marea, que es posible integrar ventajosamente una nueva arquitectura, incluso vertical, en un contexto muy delicado en donde se ubican tres casas muy importantes: una de Pedro Castellanos y dos de Luis Barragán.

La discusión, y más allá, las acciones para proteger y promover el patrimonio arquitectónico de la ciudad deben tener una racionalidad que asegure, antes que el retroceso o la inmovilidad, una viabilidad real para este patrimonio.