Las cuentas de una cuadra


Juan Palomar Verea

La calle es un territorio con grandes posibilidades. Su elemental pertenencia al espacio público le confiere una serie de características esenciales para la vida comunitaria. Aunque es ahora difícil de concebir, las calles fueron el territorio casi exclusivo de los peatones hasta hace un poco más de un siglo. Los vehículos de tracción animal fueron ciertamente mucho menos invasivos que lo que los vehículos automotores han sido, crecientemente, a través de los últimos decenios. El espacio entre las propiedades privadas alguna vez perteneció por entero a la gente de a pie.

Y así, antes de ser desplazados la mayor parte del tiempo por los automóviles, los peatones podían ejercer libremente su dominio de las calles como espacios de tránsito, pero además de encuentro y de intercambio, de paseo y ocasional recreo. Porque los coches han venido cobrando un altísimo precio a cambio de sus evidentes ventajas. De este modo, no solamente es necesario dedicarles casi exclusivamente el espacio de las calles e invertir altísimas cantidades siempre crecientes en soluciones viales vehiculares, sino que ahora, en buena parte del área urbana, una tercera parte de los arroyos vehiculares se dedican al estacionamiento.

Desde hace decenios, los ayuntamientos determinaron con buen sentido que los automóviles estacionados en la vía pública deberían pagar una cuota por ocupar, a favor de un particular, el espacio de todos. Es una mínima retribución, cuyo espíritu se debería de orientar al mantenimiento y cuidado de las mismas calles que se utilizan –con énfasis en las banquetas, por cierto- y a la eventual creación de espacios fuera de la vía pública para satisfacer la demanda de cajones para los coches.

Lo que sucede en la realidad va por otro lado. Tómese un caso real. En una cuadra determinada de la ciudad los coches, desde hace decenios, se estacionan de ambos lados de la calle, a pesar de los descoloridos letreros que “prohíben” hacerlo al lado derecho. El lado izquierdo tiene once cajones regulados con estacionómetro. En el lado contrario caben hasta 14 autos. En el lado “legal” se ven ahora eventuales huecos; el otro lado, siempre lleno, está regenteado por un activo equipo de franeleros y lavacoches para los que esta franja es el modus vivendi.

La tarifa de los aparatos señala un costo de 7 pesos por minuto: $8.57 por hora. Esto quiere decir que, si sacamos cuentas, en las 10 horas de ocupación normal la cuadra no regulada y con estacionamientos “tolerados” debería de rendir $85.70 por cajón. Esta cantidad multiplicada por los 14 espacios explotados arroja un total de $1,199 diarios. Contando cinco días a la semana, serían $5,999.- Al año, algo así como $311, 974.-

Esta cantidad, perdida desde hace años para las arcas comunitarias en una sola cuadra, podría servir para muchas urgencias. En lo inmediato, para arreglar la totalidad de las banquetas de las manzanas inmediatas, y de paso los arroyos de esas calles. Y hasta para ampliar y equipar los espacios peatonales, instalar iluminación en las aceras, mejorar la señalización y el mobiliario urbano. Todo esto, con dos condiciones: cuidar el interés público y privilegiar al ahora arrinconado peatón.

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