El urbanismo de los empujones y los golpes


Juan Palomar Verea

Gestionar la ciudad es muy complicado. El terreno del urbanismo es tan delicado porque toca directamente las vidas de todos los individuos de una comunidad. Con la ciudad hay que irse con mucho cuidado. Por eso la Ley de Desarrollo Urbano y, actualmente, el Código Urbano, contemplan las medidas necesarias para que los asuntos del desarrollo urbano tengan un cauce democrático y transparente. Para eso existe la Procuraduría de Desarrollo Urbano, instancia que debiera ayudar a ventilar y resolver los diferendos en estos terrenos de manera civilizada. Pero en ciertos hechos estamos muy lejos de que las cosas estén sucediendo así.

Es muy grave lo que sucedió en el Salón de Cabildos del Ayuntamiento de Guadalajara en la sesión de esta semana. Un grupo de ciudadanos inconformes con la política urbana de la actual administración, en uso de su derecho de libre manifestación, fue intentado amedrentar, empujado y golpeado por individuos que nos regresan décadas, a los tiempos de la más pura y primitiva imposición. Es algo que por la más elemental salud de nuestra sociedad debe ser repudiado por todos, y castigado oportunamente por la autoridad.

Cuando faltan las razones, aparecen los garrotes, el burdo empleo de la fuerza física. Siempre ha sucedido esto. Independientemente de a quién asista la razón -a quienes tratan de impulsar ciertas medidas urbanas o a quienes las impugnan- los pareceres y las diferencias deben ser expuestos con argumentos racionales y debatibles. La ciudad es el terreno natural de los acuerdos, y de los diferendos. Cuando se trata de modelar la manera como ha de desarrollarse el futuro físico de la urbe se afecta la calidad de vida, la propiedad, la tranquilidad y hasta el gusto de sus habitantes. Para poder hacer cambios no basta con ejercer la fuerza de quien tiene la autoridad, es necesario convencer con razones claras que hagan que la mayoría acepte lo propuesto.

La redensificación de Guadalajara es un requerimiento inobjetable y suficientemente demostrado con alegatos serenos y sensatos desde haya ya años. La manera de llevarla adelante, su intensidad, su distribución en la mancha urbana, es algo que requiere hilar muy fino. Lograrlo es una tarea complicada pero indispensable, que parece no haber sido hecha. Siempre habrá intereses particulares que se opongan a los cambios y otros a quienes les convengan. El papel de la democracia es asegurar que las instancias libremente elegidas (en este caso el cabildo municipal –llamado ahora, confusamente “ayuntamiento”-) puedan debatir y resolver sobre la base de su legitimidad y su representatividad, en beneficio de las mayorías.

Es muy triste, e inaceptable, ver que el urbanismo que parece quererse imponer por los individuos agresores y quienes los controlan sea el de la intimidación y la imposición. Los colonos ofendidos deben ser oídos y respetados. No solamente por ellos mismos, sino por todos los habitantes de una ciudad y un estado que queremos que sea democrático y justo.

jpalomar@informador.com.mx